Paquito nunca fue un niño normal. Desde pequeño mostró su predilección por el arte y la belleza al tiempo que sus compañeros de clase se revolcaban en el barro como cochinos. Por sus carpetas desfilaban bordados, encajes y joyas que luego recortaba y pegaba en las muñecas de su hermana. Así, paso a paso, fue aprendiendo el sublime arte de vestir vírgenes.
Cuando el sacerdote de la hermandad pidió una escalera para subir al madero, Paquito estuvo atento, y desde entonces no ha hecho más que acumular responsabilidades en la Semana Santa. Vestidor, camarero, prioste. Lo suyo es el arte, el tejemaneje de las telas, el hacer del cedro una representación divina.
Todos saben su secreto, pero ninguno quiere convertirse en el Caifás de esta historia, que para imponer cruces y castigos ya estaban los romanos y los judíos. El novio acepta el anonimato con la esperanza de convertirse algún día en consorte de la reina.
Pero Paquito sigue a lo suyo, a su arte y a sus vestiduras, que bien sabe que sin su gusto la madre de Dios no tendría tantos flashes. En el barrio dicen que ha quedado para vestir santos. Y a mucha honra, piensa Paquito.
No importa con quién duerma. Es el personaje más cercano a la Virgen de toda la Semana Santa. Santígüese la caverna…