Francis, el líder sindical del gremio de los tipógrafos, compagina la revolución con su cofradía. Su trabajo el resto del año consiste en coordinar manifestaciones, proteger a sus afiliados, acudir a la sede e inventar eslóganes para las pancartas: “La propiedad es un robo”, “A Dios rogando y con el mazo dando”, “¿No odiáis al burgués?”
En las paredes de su oficina comparten espacio Marx, Pablo Iglesias y el Cristo y la Virgen de su cofradía. Según Francis, el mensaje cristiano es también revolucionario, pero en el sindicato no entienden el perfil cofrade de su líder más radical.
En la Semana Grande, cambia la bandera roja de hoces y estrellas por el estandarte de la cofradía, con su cruz dorada y su bordado de pedrería. Francis pasea el estandarte con orgullo. Porque lo entiendan o no sus camaradas, la cofradía es el sindicato del barrio. Abatido por el desempleo y la desesperación, necesitan sus calles flores y cornetas, algo más sublime que las disputas políticas.
Cada cinco años, el Viernes Santo Magno, la cofradía del barrio toma el centro, con la dignidad que otorga la pobreza. Los pendones rojos del barrio ondean en la puerta de la Concatedral, sin batallas ni revoluciones.