Paquito es uno de los catovi que vive la Semana Santa todo el año. Su particular visión de la realidad cabría en la boquilla de una corneta. Está convencido que todo lo que pasa en la ciudad está motivado por las cofradías, y su círculo de amistades no contribuyen a matizar laidea.
Las obras en San Antón o la retirada de alguna cornisa desprendida en pleno mes de agosto, motiva comentarios de este tipo: “Esto lo hacen para que pase mejor la Sagrada Cena y vuelvan a subir hasta la fuente luminosa” o “esto era un peligro para las procesiones, con tanto bombo y tanta banda, el Ayuntamiento está en todo.”
La última ocurrencia de Paquito tuvo sus repercusiones. En plena Semana Santa, el Ayuntamiento montó un escenario en la Plaza Mayor para una proyección de videos de vanguardia -siempre el complejo provinciano por las vanguardias-. Paquito, convencido de que se trataba del prometido palco, no dudó en llevarse su silla para no perderse un desfile procesional. Poco duró su alegría.
– Oiga, Policía Local. Márchese del escenario, los operarios tienen que montar los focos.
– ¿Cómo que me marche? Si ahora viene la Burrina.
– Señor, váyase. Esto es para un no sé qué artístico, no para la Burrina. ¡Venga tire!
– Que no me voy coño, que este es el palco y aquí pienso ver todas las procesiones. El Ayuntamiento por fin nos ha escuchado…
– No nos ha dejado otra opción. Acompáñenos a comisaría.
Y así Paquito se perdió la procesión de la Burrina.