Franca, seguidora de una saga de alcaldesas –porque Cáceres es un matriarcado desde las familias al estado- hace honor a su cargo. Sabe que la ciudad existe sin que nadie la mueva, que es eterna aunque languidezca. Sabe que sus vecinos no precisan de complicadas gestiones ni de ideas innovadoras.
Por eso Franca se relaja, redecora su despacho y toma café con las amigas en el ensanche de la gente de bien. Viste a la moda –la moda de la alcaldesa, claro- y sonríe por defecto. Ése es su trabajo, y por ello la ciudad le paga un suculento salario. Porque mujeres hay muchas pero alcaldesas muy pocas.
La Semana Santa es un fastidio para Franca. Tiene que dejar el club y las pastas británicas por un procesionar constante de un lado a otro de la ciudad, saludando, agradando. Y todo en tacones y sin cobrar.
Por eso Franca impone sus normas: ella figurará junto al obispo y al teniente coronel, y a su alrededor no podrán amontonarse peinetas, nazarenos ni devotos.
Y así, alcaldesa tras alcaldesa, verde, roja, azul o amarilla, pasa la Semana de Dios.
Fuente: Alberto Mateos Medina - www.caminodeemaus.net