Y con la primavera, llegó la sal del Mediterráneo y la ciudad floreció de alelí. Los abrigos dejaron paso a un ir y venir de brazos y piernas adolescentes que reclamaban contacto. Un cosquilleo se apoderó de Francisca. ¿Los exámenes, la Semana Santa o el amor? El amor, siempre es el amor.
Francisca dejó una nota manuscrita en el estuche de Paquito. Días pares: hombro derecho. Días impares: hombro izquierdo. Te espero.
Y comenzaron las procesiones de la Semana Mayor. Francisca, fiel a su esquema, cargó cada día con un hombro, buscando entre el público la mirada enamoradiza de Paquito. Y allí siempre estaba él, sólo, con sus padres o sus amigos, saludándola ligeramente con una mano que era toda de vergüenza.
Y así pasó la Semana de Dios, hasta que en la madrugá se encontraron en uno de esos rincones del casco antiguo que han sido testigos de tantos roces y se besaron levemente, sellando para el recuerdo una Semana Santa de hombro izquierdo y hombro derecho entregada a la Pasión, siempre a la pasión.