Francis es profesor de Literatura en la Universidad de Extremadura, amén de un apasionado por la Semana Santa. Ha estudiado profusamente la literatura relacionada con la Pasión cacereña y, sin embargo, nunca se ha atrevido a exponer sus conclusiones, temeroso de no ser comprendido o, en el peor de los casos, de ser lapidado por cuestionar los principios monolíticos de la fiesta.
La conclusión secreta de Francis es que la Semana Santa está literaturizada, es decir, que los escritores que la han versado la han idealizado hasta tal punto que el recuerdo literario de ella poco o nada tiene que ver con lo que acontece en las calles.
Francis comprobó que “la montaña mística cacereña” no era más que una ruta del colesterol; que “el exorno floral exquisito” se refería a un conjunto de margaritas mal puestas, que a los precios del clavel no se llega; que “unas calles abarrotadas y expectantes” hacían alusión a un botellón convocado con la excusa de la procesión; y que el “avance majestuoso y acompasado del paso” correspondía a un bamboleo de costales o varales que arrastraban el peso sin compás alguno.
Pero ahí, según Francis, está la clave de la perpetuación del rito. Los cofrades sueñan con la perfección y, año a año, la buscan con su empeño, pero nunca la alcanzan. Por eso sacan los pasos en cada nueva primavera.