Magdalena, la imponente pelirroja que frecuenta la taberna, se dio de bruces una noche con Francisco, que andaba sólo buscando a no sé quién o matando la soledad a tragos. Magadalena tiene fama de amazona, de enloquecer con su canto de sirenas a los hombres más respetables. Esa noche, en busca de una victoria más, se acercó decidida a Francisco.
– Hola guapo. ¿Estudias o trabajas?
– Técnicamente no hago ninguna de las dos cosas. Soy cofrade capillita.
– ¿Capillita? ¿Y eso que éh?
– Soy un apasionado de la Semana Santa. Me dedico a ella.
– ¿Y el resto del año que haces?
– No, no. La Semana Santa dura todo el año. Besamanos, triduos, procesiones, reuniones, cruces de mayo, asambleas, flores, besamanos, misas, rosarios… De hecho, es una actividad estresante.
– No entiendo nada chico. No sabía que se cobraba por eso.
– ¡Si no cobro!- respondió malhumorado Francisco. – Empeño todos mis días en esto porque me gusta, porque me sobra con ver a mi Cristo y a mi Virgen. Y, cuando gano algo, le compro unos claveles, que soy hombre de poco gasto.
Magdalena se retiró aturdida y pasó el resto de la noche sentada en la barra, con las piernas cruzadas, buscando en el infinito comprender el milagro de la Semana Santa. Desde ese día, cuando algún político importante contrata sus servicios, se ríe de tanta charlatanería. Ni concejales ni obispos ni policías.
La Semana Santa es el milagro de Francisco y otros tantos como él que imaginan y sueñan. No sólo de pan vive el hombre…