Paca tiene una silla reservada en las Claras. No se trata de otro proyecto malogrado de la Unión de Cofradías, si no de un derecho consuetudinario alcanzado después de décadas viendo procesionar la ciudad desde el mismo punto.
Paca, entrada en años, es precavida. Los tiempos han cambiado y la juventud ha perdido el respeto. Por eso, el Domingo de Ramos, bien temprano, saca una hamaca de pesca a su puerta y la encadena a un pivote. Es su particular forma de reservar el sitio y mantener la tradición.
Cuando escucha cornetas a la lejanía, se peina, adereza y baja bien dispuesta a ocupar su silla. La mayoría de los días el público respeta su hueco, pero en las tardes grandes encuentra su hamaca oculta entre la gente. Paca no tiene problemas, empuja, escupe y si hace falta tira de los pelos a quien se oponga, que para eso es su sitio.
El Domingo de Resurrección la silla desaparece de la calle, dejando una pirámide de cáscaras de pipas peladas. Los penitentes descalzos y los barrenderos municipales se quejan, pero éstas son las reglas de la Santa tradición.