Sólo los cofrades conocen la noche más larga. Una noche única, de estrellas verdes y mágicas.
Una noche perdida en un calendario tachado, un atardecer prometedor y una sopa acogedora. Un sueño ligero, interrumpido por pesadillas, una obsesión por madrugar, por acelerar una noche que nunca pasa. Una luna, casi llena, que se eterniza y se cuela entre las rendijas de las persianas haciendo de la noche un día y de la oscuridad una ventana. Un río que nunca deja de fluir y un reloj que ralentiza cada instante.
Ésa es la noche más larga. Le sigue la noche más corta, en la que la crisálida se transforma en mariposa que vuela y colorea.