– Oye Paco, tienes el bar lleno estos días, te va a dar para unas buenas vacaciones.
– Ya ves, con esto de las procesiones me estoy haciendo de oro. Este verano cruzo el charco con la parienta.
– Cosas como éstas son las que van a levantar la ciudad.
– Al menos a mí me levantan, tanta ganas de cerveza, de vestirse y perfumarse, de aguantar hasta las tantas. Es que un bar no se mantiene de servir cafés, ¿sabes?
– Ya me imagino. Oye Paco, ¿le dais algunas perras a la gente de las cofradías?
– ¿Perras? ¿Para qué?
– Hombre, para que los chavales paguen las flores, la música… esas cosas que le gusta a la gente.
– A esos hijos de puta no les doy un duro. Que fundan todo el oro de El Vaticano y que se lo gasten en salir de procesión todos los días, que eso es lo que necesitamos los comerciantes del centro.
– Bueno Paco, cóbrame el cubata que ya veo a la Virgen.
– Venga, tira, ésta invita la casa. Te mandaré una postal desde Costa Rica.
A los pocos minutos, entran un grupo de cofrades, con sus túnicas bajo el brazo y luciendo medallas de plata.
– Paco, ponnos siete cañas, que la penitencia que llevamos encima las merece.
– Marchando esos cofrades buenos, y pincho abundante, que os quedan más pasos por sacar.
– Toma, te vamos a dar una estampa de nuestra Virgen, para que la pongas en la pared.
– Eso está hecho amigo, en este bar siempre hemos cuidado de las tradiciones de esta ciudad.