Llegando a Dar Es Salam, fuimos presa de los amables secuestradores. Atupele y Alinafe estaban en apuros. Una avalancha de voces en suahili nos aturdían. No veíamos de dónde ni de quién procedían, no veríamos sus caras, la noche lo rodeaba todo, el polvo de la ciudad de Dar es sucio, muy denso; la confusión crecía y éramos verdaderamente conscientes de que la mayoría de ellos eran delincuentes. Íbamos desde la calle Mafia al Flex II Hotel para dormir. Subimos a un Dala Dala, donde un tanzano nos aseguraba que llegaba justo al lado del Mercado de Carioco. Ya dentro sentada un pensamiento de terror se apoderó de mí y voy corriendo al conductor y le espeto: “¿Llega al Mercado de Cariaco?”. “No, está lejos”. Gritó por encima del bullicio del DalaDala.
“Atupele, nos ha engañado, salgamos”. Entonces nuestras mochilas volaron por encima de cabezas así como nosotras, que ajamos enloquecidas con el Dala Dala en marcha.
Y de nuevo otra avalancha de ojos y bocas blancas de tanzanos en la oscura noche de Dar, de África. Esta vez fue inevitable, nos dejamos engañar por el tanzano supuesto taxista bien vestido, educado y amable. Lo que supusimos era un taxi que nos llevaba a nuestro descanso se convirtió en nuestra peor pesadilla, la de una cárcel de tres horas que duro nuestro secuestro, en un coche enloquecido que no paraba y nos gritaba en un suahili que no entendíamos. Paró en seco y vimos, sin poder reaccionar, como entraban cinco personas más en el coche y una voz que decía en un inglés mecánico: “This is not a Taxi, we are not going to take to the hotel. This is Tanzanian Mafia and we are going to take all your money and values. Follow the instructions”.
Todo a mi alrededor se paró. Excepto algo, un pálpito duro y seco que golpeó mi corazón y que me oprimía el pecho, cerré los ojos y quise rezar… Este puede ser mi final, ese final en el que siempre pienso y nunca termino de dibujar…. Quiero haber entendido mal, abrí los ojos, miré a Atupele y le dije: “nos han secuestrado Atupele”.
Entonces volví a escucharlos, sus gritos, a sentir su presión, sus golpes, como estaba completamente inmóvil; paraban en seco y subían y bajaban, se gritaban, se golpeaban, se echaban del coche…. me faltaba el aire… la temperatura subía y yo no podía ni desabrocharme un solo botón… ¡no puedo! Sus gritos me quitan el escaso aire que pueda llegar a mis pulmones. Cada vez nos gritaban más, ¿no se dan cuenta que no les entendemos? Pero en el fondo les entendía y anticipaba sus intenciones. Las hormonas fluían por el ambiente ira, excitación… terror. Sentí sus manos acercarse a mi cintura, hasta llegar a mi riñonera, con los nervios a flor de piel, suyos y míos, me vació todo el
interior, mi apreciado iPhone… se lo llevó con todo, mis chillings tanzanos… palpé la riñonera, se ha quedado con mi navaja, pensé. De pronto escucho: Give me all your money (dame todo tu dinero). Le pareció poco lo que encontró y se dirigió a mi mochila.
El bloqueo se iba y venia, no veía ninguna forma de escaparnos, qué hacemos, si lográsemos salir nos encontraríamos en la noche de estas bestias humanas…. que golpean el coche oliendo la carne blanca que va dentro.
Nunca antes había tenido un pensamiento real del fin de mi vida, de que todo había acabado, de que la esperanza te abandona, de la imposibilidad de hacer nada por salvar el pellejo…la vida pasa por delante, es así!, miras a tus seres queridos … los finales son cada día diferentes y este el m;’as real era tan trágico… yo no podía tener un final tan trágico… me había abandonado mi Dios… “¿Mi ángel, dónde te encuentras ahora? No vas a venir en esta ocasión a por mí?”.
Entró otro, más grueso, encuentro una directa relación; el poder en África se mide por lo grande y gordo que eres? Dijo: “Soy el jefe, ellos me van a obedecer, si queréis seguir con vida, tenéis que colaborar”.
Dieron con mi tarjeta escondida en uno de los bolsillos de la mochila y entonces su amenaza se tornó más dura, como una bestia gritaba: el numero secreto… Amenazada les facilité el numero secreto… recorrimos al menos 10 cajeros ATM en la ciudad hasta que comprendo que completaron el saldo de crédito disponible…
Te recé, sin saber lo que decía, sin pensar lo que hacía…. y lágrimas de pánico brotaban sin cesar, de miedo, rabia, vacío… escuché la voz del que llevaba ya mi iPhone en mi oído: no hagas esto, me pones triste… os vamos a soltar, si colaboráis, confía en mí. Y confié. No al 100%, pero me consoló su tono de voz. Tres horas después nos arrojaron del coche, literalmente a un camino de tierra oscuro con nuestras pertenencias… como locas intentamos guardar en la mochila lo que pudimos encontrar a la velocidad que tienen los atormentados. Nos amenazaron con matarnos si contábamos algo en las 24 horas siguientes y nos dieron 120.000 shillings tanzanos para taxi, comida y cama.
(Diario de una Controller Financiera en Malawi, 28 de julio de 2013)