Antecedentes:
Llevábamos Atupele y Alinafe, 15 días en Tanzania visitando otros proyectos de nuestra ONG, África Directo, Arusa, Moshi y Shame y nos dirigimos a nuestra última visita de proyectos, los microcréditos que se desarrollaban en Dar Es Salam.
Siento al recordar que el día de antes me habían robado todo, por lo que no puedo dejar constancia de foto ninguna de los acontecimientos que os voy a narrar.
(…) Fragmento del Diario de una Controller Financiera en Malawi, 4 de agosto de 2013.
Al día siguiente del secuestro y robo me dirigí a la comisaróa. Los pasillos estaban llenos de gente, como si de una película de terror se tratase. Me imaginaba nuestra España 70 años atrás, y creía vivir lo mismo, era como otro sueño. Había ido a cobijarme al cuerpo de protección de Tanzania, pero apenas llegué recordé las palabras del embajador: “Se opondrán a realizarte la denuncia, te aburrirán con la espera, te pedirán dinero y si algo logran recuperar, nunca llegará a ti”. El reto estaba allí mismo, frente a mis ojos y seguía ese mal sueño que comenzó en Dar.
La Comisaría contaba con dos plantas. En la de abajo lo primero que me encontré fue con dos colas, me pregunté, ¿será como en Malawi? ¿El lado derecho de las mujeres, y el izquierdo para los hombres? No quería que la ignorancia me llevase a cometer una torpeza que me dificultase más las cosas, y tampoco podía mostrarme indefensa, porque la indefensión es una debilidad de la que se aprovechan los oportunistas.
Observé rápidamente y me coloqué a la cola detrás de una señora. Por supuesto era la única persona de piel blanca, y todas las miradas estaban puestas en mí. No se me da mal sentirme segura en situaciones difíciles, por lo que mientras esperaba y tomaba mis fotos mentales del momento, iba observándoles yo también a ellos.
El estado de una comisaría en Tanzania es muy lamentable: las paredes algún día estuvieron pintadas, ahora había dado paso a una capa de miles de manos. Cuántas manos habrán rozado estas paredes y habrán cruzado estos pasillos, me pregunté.
Me fijé en los oficiales, vestidos de verde, armados hasta los dientes. Espero que no tengan que usar estas armas en mi estancia en este lugar. Al fondo, observé que había dos celdas, derecha para mujeres, e izquierda para los hombres, apoyados algunos sobre los barrotes con sus manos por fuera, colgadas, sucias, esperando, sus miradas observaban lo que pasa fuera y por supuesto, a la novedad la Mzungu (extranjera blanca) en la comisaría.
Como a media voz gritaban, y entendía que si lo hacían más alto recibirían un castigo, o al menos una amenaza… ese tono estaría permitido seguramente. El interior de las celdas estaba alicatado, blanco sucio, viejo, roto dando un aspecto entre a cuarto de baño y a otra película nueva: El interior de las celdas en Tanzania.
Les miré, quería ver de nuevo los ojos de un malhechor, cuánto me gustaría conocer el fondo de una persona simplemente mirándola a los ojos, sus intenciones, sus pensamientos…. ¿La maldad tiene cara? El que iba por detrás de mí me susurró en suajili algo que me sacó de mis pensamientos, y sin saber exactamente lo que me decía entendí que el oficial me esperaba. Manejaba el justo inglés para indicarme el despacho en donde atenderían mi caso.
Lo primero que ví cuando llegué al despacho es que estaba rodeado por fajos de casos. Tres de sus cuatro paredes eran repisas de madera con ingentes cantidades de papeles cogidos por cuerdas. Recordé a mi abuelo, que tenía un comercio y hacía unos paquetes atados por cuerdas. Me relajaba verle hacer los paquetes a sus clientes, qué artista era: le quedaban perfectos. De él aprendí a envolver y a guardar cosas en las caja y a jugar desde niña a ser comerciante. Jugaba a que tenía una tienda y despachaba de todo a mis pequeños amigos, mis clientes, yo siempre era la tendera en mis juegos infantiles de comercio.
En el despacho, los casos parecían estar ordenados por años. Calculé, ¿100.000 casos, 1 millón? Leerlos me llevaría una vida… qué triste debe ser el trabajo de leer casos, pero enseguida me imaginé sus historias. Aquí traerán el mío cuando esto se acabe y lo atarán a los casos del 2013. Pensé en mi Iphone, robado ya no tengo fiel testigo de mi vida aquí.
Entró una señora que me hizo sentarme. Empecé mi relato y a los 10 minutos me dice, con la misma mala gana con la que tomaba notas “estoy tomando su declaración en suajili” ¿en suajili?,”It should be in English, I cannot afford a traslation from Suajili to English. I need an English report” (debe ser tomada en inglés, no puedo pagar una traducción del Suajili al Inglés. Necesito un informe en Ingles).
Me miró de nuevo con el mismo desprecio que me mostró cuando me pidió que me sentase, pero no me contestó. Seguimos, cerré los ojos y dije en Malawi es “pangono pangono” y aquí es “pole pole” todo es posible en Africa, me harán el informe en inglés.
Finalicé mi relato con un sentimiento entre miedo y alivio, porque estaba viva. Me dio un cachito de papel kraft con unas claves para que pasase a recoger el informe al día siguiente. Sabiendo que la respuesta iba a ser que no, hice la pregunta que me facilitaría las cosas para obtener un informe en inglés “Excuse me madame, it is very urgent and very important, this report should be sent to Spanish Ambassador” (“disculpe señora, es muy urgente e importante, este informe debe ser enviado a la embajada española en Tanzania”).
Me miró de nuevo, y me explicó que al menos tardaban un día en procesar el caso y asignarme investigador, por lo que tendría que volver al día siguiente. Salí con mi primera batalla ganada de la Comisaría, pero con el pensamiento de la lucha, en África las guerras son largas, imprevisibles y duras.
Llamé al taxi que la embajada me recomendó, y nos llevó Rafa a tomar una cerveza y a comer algo. Llevábamos sin comer unas 36 horas. Con los shellings que nos dejaron nuestros raptores habíamos hecho un presupuesto que consistía en agua potable, te, pan y taxi.
Hay cervezas que son todo un “premio”, que saben a “victoria” que se beben con extremo “arte”. No recuerdo hasta ahora haberme bebiedo cervezas con el sabor y el “concepto” de descanso que lo estoy haciendo aquí en Africa.
Al día siguiente volví con mi papel-tesoro a recoger el informe. Me indicaron otra dependencia subiendo las escaleras. Me quedé en el pasillo esperando porque en el despacho que supuestamente debería encontrar al investigador de mi caso, no cabía nadie más, un despacho con incontables voces hablando en suajili sin parar. Noté una presencia, me giré y encontré a ¿un jefe de policía? No sé qué dijo, pero se levantaron dos y me senté yo.
Cuando me hube aclimatado a mi nuevo entorno, empecé a contar gente, mesas, papeles, a contar minutos, a imaginarme lo que pensaban cuando me miraban. La habitación estaba cruzada por 6 mesas, 4 de ellas de cara a la puerta, con sillas, y dos, una a cada lado de la habitación en paralelo.
A medida que pasaban los minutos el murmullo bajó y la concentración humana en la sala también. Cuando hube comprobado, el color de los bolsos, la calidad de los zapatos de los agentes, el origen de sus ropas. Intentaba jugar conmigo misma, a ¿Quién será mi investigador? ¿quién va a llevar mi caso? Sin cortarse un pelo ninguno de ellos, tenían sus teléfonos móviles encima de sus mesas, contestaban mensajes, hacían llamadas que juraría eran personales por el lenguaje de sus cuerpos, y un poco en plano “muestro a la mzungu, el teléfono estupendo que tengo y la conversación tan divertida que estoy teniendo”, el lado triste del African Proud (orgullo africano).
En ese momento algo me atormentó y me sacó ipso facto del momento interpretación… escuchaba desde el pasillo, lamentos, gritos y sollozos. Intenté no mostrar asombro, porque nadie lo hacía. Agudicé el torpe oído que tengo, ¿qué le pasa a este hombre? ¿Qué le estarán haciendo? De pronto escuché golpes y voces. Acaso, ¿le están torturando?. Y empezaron los investigadores a subir el tono de sus conversaciones y se empezaron a cruzar conversaciones múltiples que todos entendían y atendían.
En medio de este mareo llegó esposado y sin expresión un joven que cruzó la sala, se metió al fondo a las mesas, y se dejó caer por la pared hasta que quedó sentado en el suelo. Encuentro que es una manera genial de sentarse cuando no se tiene equilibrio o cuando se está esposado a la espalda. Nadie mostró el más mínimo interés por su persona, a excepción de mí, con lo que me puse a analizarle desde el banco en el que llevaba sentada tres horas.
A eso del mediodía creí desfallecer, estaba en el inicio de una bajada de azúcar… y me vino a la cabeza el olor y el sabor del café. No había desayunado, y anoche no habíamos cenado, seguíamos a base de pan, agua y té. Mi cerebro tiene un gusto adictivo al café y yo le doy estos pequeños caprichos en los que me veo tan representada. Me imaginaba sentada, con ese arte y esa raza que mi hermana Mónica ha modelado en mí y salí de la sala para iniciar una búsqueda express de tasca y baño.
Pregunté a un agente que hacía rayitas con una regla y un bolígrafo en una libreta de rayas, que debió de producirle desconcierto que alguien interrumpiese su delicado trabajo “rayar sobre las rayas de la libreta”, se me quedó mirando con cara “¿ qué tipo de pregunta es esa a un inspector de policía?” y yo pensé, ¡qué error! ¡Acabo de distraer a un inspector en su trabajo!.
Y ocurrió algo que no tenía previsto, otro error, el tiempo, porque con este ya contaba, pero se me presentó camuflado y caí en la trampa. El tiempo de aquí de África no tiene la misma concepción que el tiempo español. Me imagino a Ms. British aquí, y me da un poco de risa.
Encontré la tasca en los corrales de la comisaría y el baño al lado. Pedí café “para llevar” de mil maneras, y entendí pasados unos minutos que bebería té. Me preguntaron que si “hot”, entendí caliente y me sirvieron pasados 15 minutos una café especiado (que es hot porque las especias que le pusieron era extremadamente picantes, que es lo mismo que “hot” pero con este otro concepto). Me lo trajeron en un termo de dos litros pasada más de media hora, con lo que me llevé el termo de dos litros conteniendo 200 cl de té y la taza, asegurando el amable camarero que se lo traería de vuelta porque llevaba prisa.
Cuando llegué al despacho con la taza en una mano y el termo en la otra, todos me miraron, me senté en el banco, me serví el té mientras ellos tomaban ensalada de frutas y verduras, y mientras ellos se refrescaban yo empezaba a sentir cómo empezaba a sudar, efecto del “hot”.
En medio de mi momento “hot tea”, llegó el que sería mi investigador quien me llamó “Bitrix”, Miss Telo (que es así como suena mi nombre aquí), y me dio el informe en inglés que consistía en 4 renglones.
En ninguno de los renglones ponía nada de robo ni de secuestro, y en uno de los cuatro había una cantidad que yo en ningún momento había facilitado, que consistía en 5 cifras seguidas, sin comas ni puntos. Me pidió que lo firmase, entonces yo le comenté en mi inglés más educado y formal que no podía firmar cuando esa secuencia de números no constituía ninguna cifra, y cuando no constaba que el hecho consistía en robo con atraco y con secuestro.
Comprobé su cara de contradicción, miró la taza, el termo y me dijo, “usted no está en una cafetería”. Yo miré los platos sucios de comida que se habían amontonado durante toda la jornada en las mesas de los investigadores para decirle que estaba mareada, que no había desayunado, que ayer no había cenado, que llevaba 5 horas allí y que había tenido que pedir un té. Me sacó del despacho, me llevó a las escaleras y empezamos lo que era entre una conversación y una discusión. Me dijo: “muy bien, rectifica el informe”, en tono entre niño enfadado y reproche.
Le pregunté “¿tomo nota en este informe?” y me dijo “no, rectifícala”. Entonces pensé, no le estoy entendiendo bien, ¿cómo puede ser que me permita rectificar a boli un informe policial? no va a tenar validez en España”. Se lo advertí entonces: “El denunciante no puede variar los datos del informe policial por sí mismo”. Me quitó el boli de las manos, se apoyó en la pared mugrienta, y puso un punto, donde era una coma, y me lo devolvió: “Ya la tienes, corregida por el investigador”,.
Pensé para mí que esta batalla no la iba a ganar hoy, pero yo de aquí no me voy sin este papel. Firmé la copia, y me fui con un gracias en todos los idiomas que conozco al mismo tiempo que diseñaba mi ataque a la comisaría de Tanzania para el día siguiente.
Llegué a primera hora del día siguiente, después de haber escaneado el informe y haberlo enviado a mi familia por email. Pedí ver a mi investigador: “Necesito hablar con él es urgente”. Me contestaron: “Llámale por teléfono, está ocupado en otros temas, no está en la comisaría…”Y tuve que explicarles la situación: “No tengo su móvil, y tampoco tengo teléfono ni dinero, me lo han robado todo”.
Con paciencia esperé mientras ocurrían cosas en la comisaría. Hice amistad con mi compañero de banco, me preguntó qué me había pasado, le miré, y vi que era musulmán por el gorro y, cuando empecé mi relato, un nudo en la garganta me impidió seguir.
Los investigadores que en ese momento estaban en la sala le miraron, y entendí que le dijeran que se fuese de la sala, y que no me molestase. Después de una conversación cruzada, el joven tuvo que salir de la sala, y yo aún me quedé más afectada porque habían pensado que había molestado. Esperé a que volviese para hablarle, y preguntarle qué hacía él en la comisaría. Volvió pasados unos minutos, hablamos en nuestra espera, y me pidió mis disculpas en nombre de los tanzanos que me habían dejado desplumada pero viva.
Apareció mi investigador, me miró desde las alturas y me levanté de un salto, ¡no soy tan baja!. “Siento mucho tener que pedirle una rectificación del informe, no me vale a efectos prácticos, y tienen que constar los hechos, y no puede constar ni borrón ni corrección a mano”.
Me contestó, “ayer firmó la denuncia, ¿por qué lo hizo?”Me daba la sensación de que la delincuente era yo, y que me estaba regañando. “Disculpe de veras, entendí por sus palabras que era válido, y en España me dicen que no tiene validez”. “Está acusando a personas de un delito” “por supuesto, es que es un delito aquí y en mi país también, tráigame a los delincuentes y soy capaz de identificarlos a todos”.
Abandonó la sala y me dejó allí en medio de una negociación de sábanas y de collares dorados entre los inspectores y una señora vestida de estricto musulmán, que había entrado en mi ausencia al despacho. Esto estaba provocando ese cruce de mil voces y mil conversación que todos atienden y entienden, ¡qué naturaleza y qué oído tienen estas gentes!.
Me fui a por otro té, y esta vez avisé en la sala que estaba en la cantina. Me senté en una mesa y esperé al amable camarero. “Hoy me tomo el té aquí, sentada”. Se cruzó un ¿agente? por detrás del camarero con una metralleta colgada del hombre y en chándal, cambié rápido de opinión: mejor me tomo el “hot tea” rápido, salgo de aquí pitando y vuelvo al despacho.
He de confesar que el órdago a la grande me valió otras 3 horas más de espera y un informe que consideré válido, después de otro arreglo entre medias y un día más de estancia en lo que fue mi visita a Dar, la Comisaría, pero con el sentimiento que después de pequeñas batallas, había ganado la guerra que era conseguir de la policía de Tanzania un informe correcto y un Master en inmersión cultural y supervivencia.
Nota de la autora: Ninguna de las fotos mostradas aqui corresponden a la propiedad de la autora. Todos mis dispositivos estarían en manos, o ya no, de los secuestradores.