¡Hola a todos! Escribo ya desde el Hotel Ykua Satí, en Asunción. He tardado 30h de viaje hasta llegar aquí, pero parece que ha merecido la pena…
El viaje ha salido genial, yo esperaba que fuera más aburrido, o encontrarme problemas con los billetes, o tener que luchar por mi vida y mis lonchas de jamón serrano ibérico… pero nada de nada. Llegué cuatro horas antes del vuelo a Barajas, y me encontré con las sorpresa de que ya podía facturar, así que envolví mis maletas en plástico verde con una bonita cinta española y me las quité de en medio. En total entre las dos 43kg (el límite era 46…), y si sumamos el ordenador, la mochila con la cámara y la comida… llevaba más peso de equipaje que lo que peso yo. La única mala noticia fue que tenía que recoger mi equipaje y volver a facturarlo en Brasil, porque la compañía del segundo tramo (GOL) no tenía tratos con la primera (TAM).
A las diez menos diez de la noche me despedí de mis padres y me acerqué al control de la policía. Me hicieron sacar el bolso, porque las monedas al estar aplastadas parecían algo largo y metálico. Luego me dirigí hacia la puerta U. Me dijeron que bajara el ascensor, y cuál no será mi sorpresa que abajo hay un cartel que dice “Puerta U en TS4. 22 min”. Además, para llegar allí había que coger un tren. Y a mí apenas me quedaban 10 para que se abriera el embarque… Pensé que entre que pasaba todo el mundo me daría tiempo a llegar y tampoco me preocupé demasiado. En el ascensor acababa de conocer a dos hermanas argentinas muy simpáticas, Mariana y Viviana, que enseguida me dieron sus teléfonos y sus emails, por si necesitaba algo mientras estuviera en Paraguay.
Esa manera de iniciar el viaje me animó. Estuve viendo cómo cargaban los equipajes desde mi asiento y hablé un poco con mi compañera de viaje. Se llamaba Claudia y era periodista. Después de la cena, que tuve que tirar de mi taper de pollo empañado porque no era apta a pesar de que yo había contratado un menú que se suponía que sí, estuve leyendo un poco, pero enseguida me entró sueño, imagino que por la biodramina que me acababa de tomar. Dormí de un tirón hasta casi el desayuno, un poco doblada pero nada importante, descansé bien. Desayuné un té y galletas, también de las que llevaba yo porque el menú seguía sin ser apto, y enseguida aterrizamos en Sao Paulo. Para mi cuerpo eran las 10 de la mañana, pero allí eran las 5 de la madrugada.
Cuando entré en Brasil un mozo de equipaje me pilló por sorpresa. “¿Ayuda?” Yo estaba un poco cansada, me costaba controlar el carrito con las maletas y no sabía por dónde se cambiaba de terminal, así que la inocencia y el despiste de estar en un lugar desconocido hicieron que le permitiera llevarme el equipaje. Enseguida caí en la cuenta de que cuando llegáramos a la T2, si no me engañaba, tendría que pagarle una propina. Y también caí en la cuenta que no había seguido el autoconsejo que me había dado a mí misma en Marruecos: llevar monedas y billetes pequeños para estas cosas. Menos mal que llevaba algunas monedas de euro. Cuando comprobé que estaba en la terminal dos, y que me había llevado justo hasta el mostrador de facturación, estuve negociando con él el precio final. Se al final se conformó con 4€; me pareció justo por haber cargado con mi equipaje y haberme evitado las molestias y las dudas de no saber a dónde tengo que ir, y haberme llevado hasta justo el mostrador de GOL sin engañarme.
En la cafetería frente a los mostradores estuve escrbiendo y leyendo hasta que hubo alguien en el ostrador de facturación, dnde me indicaron que tenía que subir al piso de arriba, que ahí eran los VIPs. Pero ya me dieron una hora concreta, que me dejó más tranquila, y estuve esperando con un té verde que se me quedó frío.
Cuando quedaban 20 minutos para que abrieran la facturación, subí al piso de arriba. Cuando llegué me quedé un poco descolocada. Había gente por todas partes…
Unos minutos después apareció el número del mostrador que me tocaba y me puse a la cola, que fue interminable. Pero como quedaban 4h más de espera, tampoco me importó. Así además me movía, que llevaba muchas horas sentada. Allí tampoco tuve problemas de peso del equipaje, al ser entre países sudamericanos, se podían llevar hasta dos maletas de 32kg, y no me dijeron nada de los bultos de mano.
Luego, con tranquilidad pero sin detenerme, fui a los controles de la policía y me sellaron la salida del país. Cuando llegué a la puerta de embarque, aún eran las 10:30. y hasta las 11:50 no empezaba mi embarque. Me senté en la salita de espera y me puse a leer mientras comía un poco de pollo: eran las 3 de la tarde en España y mi barriga lo notaba.
Cuando por fin abrieron las puertas entré en el avión y recordé un consejo que me había dado Claudia en el vuelo anterior: “Para ser periodista hay que perder la vergüenza”. Y así fue como acabé entrevistando al comandante y haciendo fotos a la cabina.
Al final, en el aeropuerto, escuché un aviso de que no se podía introducir comida y me eché a temblar. Yo no había declarado el papel de jamón serrano que venía en mi maleta, pero es que hacerlo equivaldría a tirarlo a la basura. Pero los rayos X lo ven todo. Así que con cara de niña buena y de absoluta inocencia le expliqué al señor policía que era parte de mi dieta especial, que podía tomar muy pocas cosas, que qué iba a ser de mí… El policía, sorprendentemente se ablando y me dijo: “Está bien, te lo dejo pasar… pero sólo esta vez. Para la próxima vez estás avisada, no se puede traer carne cruda…”
No me lo podía creer. Sonriendo me fui a la salida y, por fin, me encontré con Alberto.
Había llegado. El viaje había terminado.
Y todo acaba de empezar.