Puede resultar raro aplicar el concepto de belleza a dos fenómenos violentos y agresivos, como son las tormentas y los volcanes en erupción, pero a la idea que cada uno tiene de la belleza le es de aplicación aquello de que “sobre gustos no hay nada escrito”; como ocurrió en un examen de un espabilado alumno de química, que al ser preguntado por las propiedades físicas del ácido sulfhídrico (gas con un apestoso olor a huevos podridos) respondió que era un gas de olor agradable, y al ser cuestionada su respuesta por el profesor, se limitó a manifestar “Bueno, a mí me gusta”.
En el catálogo de muestras naturales que atesora la naturaleza, ésta suele presentarnos aspectos muy diferentes, a veces suaves y hasta melancólicos, como en los amaneceres o atardeceres. Pero otras veces la naturaleza nos muestra directamente fenómenos violentos, como en el caso de los huracanes, tornados, grandes tormentas, o enormes erupciones volcánicas, aunque siempre con la belleza (“Bueno, a mí me gusta”) acompañando a esas exhibiciones naturales de enorme potencia.
De hecho, he de confesar que esa afición y admiración hacia la enigmática belleza de las tormentas eléctricas, me viene de muy antiguo, y me han llevado a hacer cosas que ustedes no deben hacer nunca, por ser muy peligrosas. Por ejemplo, cuando era un muchachito impúber, hace de ello bastantes decenios, y barruntaba que se acercaba una buena tormenta, abandonaba la seguridad de mi casa y me encaramaba a las ramas superiores de un enorme nogal situado en lo alto de una colina próxima, para poder “disfrutar de la tormenta casi desde dentro”. Pero por mucho que intentara trepar al máximo, las ramas y hojas del nogal me impedían ver bien el espectáculo.
Decidí por tanto buscar una nueva plataforma de observación, y la encontré no lejos de la colina del nogal, en la torre de una iglesia, coronada por una pequeña plataforma, sin obstáculos, candidata por tanto a sitio ideal para verlo todo. Esa torre no tenía escalera de acceso, pero se podía llegar hasta lo más alto trepando por un grueso cable, que estaba bien anclado al muro, precisamente el cable del pararrayos.
Y desde aquel privilegiado y arriesgado observatorio contemplé decenas de tormentas, acompañadas de notable aparato eléctrico. El hecho de que tras aquellas insensatas expediciones siga razonablemente indemne, y pueda estar contándoles esto a ustedes, deja claro que Dios estaba vigilando mis andanzas y disculpando mi atrevimiento al desafiar las leyes de la física y hasta los más elementales dictados de la lógica.
Hablando de las leyes y fundamentos de la física, conviene explicar que las descargas eléctricas no son simples exhibiciones de fuerza por parte de la naturaleza, sino que el resultado que busca es restablecer las condiciones de equilibrio eléctrico entre la nube, el suelo y la atmósfera de su entorno. El camino preparatorio de la descarga entre la nube y la tierra, comienza dentro de la nube; con chorros de cargas negativas (electrones), que saliendo de la nube se van acercando hacia tierra, dando lugar a la llamada guía escalonada, que va trazando potenciales caminos de descarga, con tramos de entre 2 y 50 metros que se van acercando a su objetivo, el suelo.
Estos tramos sucesivos en zigzag, van preparando el camino de mínima resistencia para la corriente eléctrica. Al mismo tiempo, en el suelo, bajo la nube, se ha producido la acumulación de cargas positivas (iones), que han sido atraídas por las negativas de la base de la nube. Desde la tierra, esas cargas positivas intentan también cerrar el circuito eléctrico, alzándose hacia la nube, dando lugar a las sondas de conexión que van subiendo, aunque con mucha más lentitud y “torpeza” que las cargas negativas que están bajando.
Cuando la guía descendente enlaza con la sonda ascendente, tiene lugar el contacto y se produce la primera descarga de retorno, que va de suelo a nube, descarga que es mucho más potente, intensa y brillante que los tramos en zigzag descendentes. Posteriormente se repetirán varias réplicas, descendiendo de nube a suelo las cargas negativas y ascendiendo de suelo a nube las positivas. Con lo que de paso queda contestada una pregunta que se hace con frecuencia: ¿La descarga eléctrica, el rayo para entendernos, baja de la nube hacia el suelo, o sube del suelo hacia la nube? Pues, como queda dicho, la respuesta es “las dos cosas”, pero siendo mucho más potente la segunda.
Volviendo a la belleza del espectáculo, hay que hacer constar que de esa imponente belleza fueron también admiradores muchos magníficos pintores que, a través de los tiempos, plasmaron tormentas y sus efectos en sus cuadros, que pueden ahora admirarse en algunas de las mejores pinacotecas y museos del mundo.
Análogamente, los aficionados a la fotografía, algunos de ellos verdaderos artistas, cargados de paciencia, y por supuesto de moderna tecnología, han sido capaces de captar imágenes de espectaculares tormentas, en las que las descargas eléctricas se producen sobre, o muy cerca de, monumentos mundialmente conocidos, como el caso de la Torre Eiffel en París o de la Estatua de la Libertad en Nueva York.
Finalmente señalemos también que cuando la naturaleza quiere hacer una verdadera demostración de su fuerza a gran escala, recurre a fenómenos espectaculares del tipo huracanes, terremotos o maremotos, pero cuando no quiere ser tan destructiva, prefiere la pequeña escala, recurriendo entonces a combinar dos de sus recursos que presentan más belleza, erupciones volcánicas y descargas eléctricas, como en estas dos imágenes.
Estoy seguro que habrá a quien le guste más una puesta de sol al atardecer que esta combinación, pero… “Bueno, a mí me gusta”.