Activista, agitador, alarmante, alborotador, amotinador, convulsivo, incómodo… Explican los expertos que los psicópatas se caracterizan por ser mitómanos, irresponsables, tener una falsa adaptación a la sociedad que les ha tocado vivir. Resultan problemáticos, son manipuladores, carecen de empatía y no sienten miedo, culpa o vergüenza. ¿Era Calígula un psicópata como la historia nos lo ha descrito? Tras ver la obra de Mario Gas consigues cruzar la línea del protagonista, empatizar con él y comprobar con cierta inquietud si los psicópatas eran realmente quienes le rodeaban…
Extraordinaria. Así podíamos definir el segundo montaje de la 63 edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. ‘Calígula’ de Albert Camus, versionada y dirigida por Mario Gas, es uno de esos montajes que echábamos de menos en la programación del certamen. Un montaje intenso, perturbador, moderno, alejado de los convencionalismos del teatro clásico, con un texto espectacular y una interpretación que, sin duda, pasará a la historia de este evento cultural. Su protagonista, Pablo Derqui, se consagra como uno de los mejores actores que han pisado la arena (‘arena figurada’) del Teatro Romano de Mérida en los últimos lustros.
Derqui es capaz de hacer creíble su papel, incluso minutos antes de salir a escena. Sí, algo sorprendente que sólo está al alcance de muy pocos actores. El control sobre la tensión dramática que ejerce de forma constante en su recital es una de las claves del éxito de la función. Y por el que las más de 1.500 personas que acudieron al estreno se quedaron con la boca abierta. Posee una declamación perfecta, alejada de excesos y con gran carga de realismo. Su cara desencajada, su mirada, cada pisada sobre el espectacular escenario diseñado por Paco Azorín, reviven al Calígula más ‘humano’ que se ha visto en el Festival.
Derqui consigue que entendamos su locura, que traspase la escena y perturbe al espectador. Sus respiraciones, sus silencios e incluso el uso de una ‘s’ líquida que genera cierta ansiedad en cada frase del texto, le convierten en uno de los intérpretes más sólidos que han pasado por este certamen.
Que nadie pretenda ver túnicas de romanos, o la lógica de la narración tradicional de los clásicos. Este montaje está cargado de símbolos que viajan desde los primeros años del siglo XX a nuestros días. Mario Gas se permite unas licencias dramáticas que sin duda, lo hacen más atractivos. No hay caballos, ni actores vestidos de romanos…hay color, David Bowie y proyecciones audiovisuales…Todo para conseguir poner en jaque la justicia, la divinidad, el poder, la política , el amor, la felicidad , las relaciones personales, la literatura… Una actualización del clásico que se convierte en imprescindible y cuyo texto es uno de los más potentes de los últimos años sobre la arena del Teatro Romano.
Todos los ingredientes bien hilados para intentar conseguir esa “Felicidad demente. Saber que nada dura. Esa insoportable liberación y desprecio es la felicidad”… asevera el personaje. Y todo dispuesto sobre una tarima en pendiente, que convierte en más tensa aún cada escena por la sensación de que todo se viene abajo de forma constante. Azorín ha creado un palacio en tiempos de guerra en el siglo veinte, pero también puede ser un columbario bajo los pies de sus protagonistas…Movimientos estudiados, casi como si de una partida de ajedrez se tratara sobre el tablero dispuesto en el Teatro Romano, donde el objetivo es mover las fichas (los actores) para matar al REY.
Espectacular el diálogo entre Querea y Calígula tras el baño del protagonista. Cada frase, cada gesto medido…emoción hecha teatro. Todo bien organizado y estudiado.. “Se necesita organización en todo hasta en el arte”. Que nadie espere algo clásico, porque a pesar que la historia lo es, Mario Gas le ha dado una vuelta de tuerca. Sin duda un montaje para no perderse, disfrutar y meterse de lleno. Felicidades.