Enrique Falcó. Cangrejo a su pesar.
Nunca me hicieron especialmente gracia los cangrejos. Si acaso “El cangrejo de las pinzas de oro”, pero ya imaginarán ustedes que sólo por mi infinita fascinación hacia las aventuras de mi querido Tintín. Desde siempre, dichos crustáceos se me antojaron incómodos de mirar, me causaban repelús, y constantemente los imaginaba en mi sesera como arañas gigantes, igual que aquella “Epeira Diadema” de “La estrella misteriosa“. Aún conservo el recuerdo aterrador de aquellos cangrejos que llegaban vivos a casa (no sé si provenientes del río o del supermercado) y cómo mi padre cogía uno, lo ponía en el suelo y me llamaba riéndose para que lo mirara y jugara con él. Yo era bastante pequeño, y ya he confesado en más de una ocasión que nunca he sido lo que se dice un valiente. Qué quieren que les diga. Me encerré corriendo en mi cuarto junto a mis clips de Playmóbil. Aterrado, me cogí un berrinche enorme sólo de pensar que aquella cosa asquerosa se movía a sus anchas por el pasillo de casa. Creo que no consiguieron que me callara hasta que por fin pude verlos servidos en la mesa a punto de ser devorados por mis progenitores y hermanas. Como imaginarán no se me ocurrió tomar parte en ese particular menú, aunque en el fondo de mi tierna mente infantil siempre pensé que merecían tan lamentable y trágico final. ¡Los odiaba!
Tras los traumas de la infancia, algo más mayor, dejaron de darme miedo, e incluso me gustaba ir con algunos amigos y sus padres a pescarlos, aunque posteriormente, en la pitanza, su seguro servidor se declinaba más por un buen pedazo de carne sazonada en detrimento de los cangrejos, con o sin tomate.
El destino no está carente de cierta ironía, y a la vejez viruela me persigue de nuevo desde hace unas semanas el fantasma de los cangrejos. Tras la inminente publicación de mi libro, “Don de Loch Lomond” siempre caía alguna pregunta relativa a la denominada “Generación Cangrejo” en las entrevistas previas de radio y prensa, por aquello de que los jóvenes de hoy vamos hacia atrás. Parece ya un hecho demostrado, digno de los mejores estudios, aquello que nos escupen a diario en la cara los tertulianos y entendidos de pacotilla, convencidos de que pregonan una verdad insalvable. “Vamos a empezar a vivir como se vivía hace 40 años” – te dicen, y se quedan tan tranquilos. “¡Pues que bien!” Piensa el menda, quien continuamente, como sus coetáneos de generación, se ha criado con la mandolina continua de sus mayores con el cuento del “¡Qué bien vivís!” el “como se nota que no habéis pasao una guerra” “Los sacrificios que hemos hecho por vosotros” y en especial “Nosotros corrimos delante de los grises”. Pues qué quieren que les diga, que no lo habrán hecho tan bien, o al menos que por lo menos no ha sido para tanto. No hemos sido nosotros los que hemos llevado un país a la quiebra con la maldita especulación del ladrillo, ni quienes se forraron en su día metiendo pufos con la construcción o la política. No hemos sido nosotros quienes han convertido este país en una maldita chimenea, en el que se fumaba hasta hace dos días en los propios hospitales, y en el que con una indecente tolerancia al alcohol ha servido como ejemplo negativo a una juventud que pagará cara sus consecuencias muy pronto. Tampoco puede culparse a nuestra generacion el afan en convertir a la población activa en expertos y hábiles “escaqueadores” de responsabilidad laboral, ni nos hemos inventado aquello de “¿La factura con IVA o sin IVA?”. ¿Quiénes fueron, por estupidos complejos de antaño, los que nos metieron en la cabeza aquello de estar estudiando hasta casi la treintena? ¿Quiénes nos han enseñado eso tan bonito y tan nuestro del “Si no hay lo pintas”? Como resultado, ahora además de ser los mimaditos de una sociedad en decadencia, somos una panda de desgraciados que no tienen donde caerse muertos. Y efectivamente volvemos atrás, como los cangrejos, y no sólo caminando, sino dando pasos atrás y en falso en el natural desarrollo de la vida. Y que se nos denomine la generación cangrejo no significa que solo vayamos a pagar el pato nosotros, pues son nuestros mayores ahora quienes se ven obligados a ayudarnos a diario a criar a nuestros hijos para que podamos trabajar, los que encima tenemos la suerte de trabajar a destajo por dos duros, a ayudarnos económicamente para pagar “caprichos” como un techo donde cobijarnos. Volvemos al “Cuéntame como pasó”. Nos convertiremos de nuevo en Antonios Alcántaras! Otra vez “Me cago en leche Merche”, el pluriempleo, deslomarnos a trabajar para malvivir subsistiendo, y más en esta dura tierra, quien lleva escrito en su propio nombre los dos adjetivos que la definen. “Tierra de Conquistadores, no nos quedan más cojones” Cantaba Robe Iniesta en los primeros años de Extremoduro.
Sin embargo, mi amigo Gecko Turner, entre otras muchas, escribio hace unos años una preciosa canción que destaca entre otras por su belleza y especial ejecución. “Nina del Guadiana“. Deliciosa melodia, lujosa instrumentacion y preciosa letra, donde entre otras cosas habla de la filosofia que quiso darle Dios a este río, el Guadiana, y el baño de cultura y raices que supone para nosotros. Hemos de creer, mas bien desear, que al igual que toda nina del Guadiana posee el encanto del río, nosotros, los cangrejos del Guadiana, podramos labrarnos un presente y futuro que no acabe cociéndonos en la olla a presion donde quiere condenarnos a perecer una sociedad, que en su día, nos lo ofrecio todo y ahora nos lo demanda. Amigos míos, desafortunados colegas, Cangrejos del Guadiana: ¡Ánimo! ¡Quien persevera vence! Seguro que algo hemos de encontrar en la espuma del viejo Anas que nos ayude a caminar hacia adelante. Después de todo, mi amigo Günter Grass mantiene la máxima que asegura que muchas veces es necesario retroceder para avanzar… ¡Como los cangrejos!
Publicado en Diario HOY el 22/04/2012