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Enrique Falcó

ENRIQUE FALCÓ

Gaokao

 

Enrique Falcó. Alumno vago y mediocre

El Gaokao chino es una prueba temible y muy dura.

El Gaokao chino es una prueba temible y muy dura.

Aunque les suene a algunas de las deliciosas y picantonas salsas del cualquier restaurante Wok que se precie, el Gaokao no es sino una durísima prueba china, a la que los estudiantes de último curso de Instituto se enfrentan para poder acceder a estudios superiores. Este año ni más ni menos que 9 millones de estudiantes se juegan en esta especie de selectividad china el acceso a la universidad, con la presión añadida del sinónimo de éxito que ello significa para su civilización. Por lo visto la prueba es dura, muy exigente y altamente competitiva. Las medidas de seguridad adquieren un carácter especial y se realiza un despliegue por todo lo alto para evitar trampas. Todo el país se implica en esta importante cita. Las fuerzas armadas y la policía la custodian. Se prohíbe el ruido en toda la ciudad para no distraer la concentración de los estudiantes, y toda la familia se vuelca con el familiar que se enfrenta a tan trascendental momento. Algunos padres, por ejemplo, alquilan las casas más cercanas a las bibliotecas de los centros para que sus hijos no pierdan ni un minuto de estudio. Entre los estudiantes, aunque habrá de todo como siempre, los nervios están muy presentes y a flor de piel, y eso a pesar de la templanza de unos estudiantes que ya de por sí poseen el récord de horas de estudio. ¡Algunos incluso se inyectan vitaminas y aminoácidos!

Algunos compañeros tomaban Katovit como el que tomaba un par de aspirinas

Algunos compañeros tomaban Katovit como el que tomaba un par de aspirinas

Esta noticia me sorprendió el pasado jueves viendo el telediario y enseguida arribó a mi sesera un medicamento que seguro que les hubiera venido de perlas a los estudiantes chinos: “El Katovit”. Era éste un medicamento estimulante, una especie de complejo vitamínico un pelín a lo bestia, muy popular en mi época del instituto, que los estudiantes de la época consumíamos frecuentemente, debido sobre todo a su fácil acceso y barato coste. Algunos se lo tomaban como el que se toma un par de aspirinas, y la verdad es que en dosis recomendada, aparte de alguna taquicardia o un estado de mayor agitación, apenas presentaba efectos secundarios. Les confieso que la única vez en mi vida que lo probé fue en 2º de BUP, un curso que no le deseo yo ni a mi peor enemigo. La tarde anterior a un importante examen de Latín y a otro de Geografía no se me ocurrió otra cosa que llamar para que viniera a estudiar a mi casa a mi amigo Juan Carlos Mena, a quien el latín se le daba bastante mejor que al menda, que solo sabía aquello de “Ave Caesar, morituri te salutan”  y “Tu quoque fili” gracias a los libros de Astérix. El resultado fue una divertida y amena tarde en la que charlamos, reímos y lo pasamos pipa, e incluso compusimos una canción en Latín dedicada a Loli, nuestra joven y simpática profesora de Latín, pero de estudiar “nanay”. Por lo tanto no se me ocurrió otra cosa que levantarme a las cinco de la mañana, enchufarme dos pastillas de Katovit con un café negro y empezar a repasar encomendándome a los santos, a Buda y a Supermán juntos. Entre nosotros, no me pareció que aquello fuera más fuerte que tomarse un par de cafés, o coca colas, o una bebida energética, así que el resto del contenido de la caja se lo regalé a mi amiga Zaira unos meses más tarde, en plena gira con los “Violent Popes“. Yo creo que a Zaira sí que le hacían efecto, o al menos eso me parecía a mí. Gritaba cosas muy raras en los conciertos, pero bromas aparte el Katovit era una chufa, un efecto placebo de muy dudosa fabricación que desapareció completamente del mercado pocos años después.

Seguro que los queridos

Respecto a la Selectividad, recuerdo que nos asustaban mucho en clase, y algunos profesores en su empeño por ayudarnos sólo obtenían como resultado que algunos se pusieran histéricos. Si les confieso la verdad yo nunca me he puesto nervioso en ningún examen, sabía de sobra y de antemano si iba a suspender o aprobar, y la selectividad no fue una excepción. Consideraba que era imposible aprenderse tantísimos temas, por lo que no me quedó más que recurrir a mi táctica habitual. Dos palabras que me acompañaron siempre en mi época de estudiante: Seleccionar y resumir. Unido a una sección personal denominada “Taller de creación” estas y no otras fueron mis bazas a la hora de enfrentarme a las pruebas escritas.

En los exámenes de selectividad siempre te daban dos opciones... yo siempre elegía la menos mala.

En los exámenes de selectividad siempre te daban dos opciones... yo siempre elegía la menos mala.

Aún no sé (o al menos no puedo explicar públicamente aunque ya haya prescrito) como aprobé las matemáticas de COU. Pero innegablemente era consciente de que mi examen de matemáticas de la selectividad estaba perdido de antemano, y como ya contaba con un cero, me dediqué a echar el rato intentando solucionar un problemas de potencias y bases 10 que resolví con los dedos, sí señor, con los dedos, contando palotes, y que me supuso un digno 2,5 que me ayudó a subir mi maltrecha nota media. En el examen de Arte hice gala del anteriormente mencionado “Taller de creación”. Para que se hagan una idea, rellené tres folios sobre “Los Girasoles de Van Gogh sin ni siquiera haberme leído el tema del Impresionismo con un inesperado notable como resultado. Seguro que el que corrigió el examen sabía de Impresionismo y Van Gogh lo mismo que yo. En definitiva, fue un digno resultado para un alumno vago y mediocre. Cuando no existen altas expectativas difícilmente pueden decepcionarte los resultados. Pero cierto es que a muchos compañeros que tuvieron un mal día se le vinieron muchos sueños abajo tras realizar una secundaria ejemplar. No quiero ni imaginarme como serán las pruebas del “Gaokao”, pero lo que es seguro es que la mayoría de nosotros lo suspenderíamos. Los estudiantes chinos que aprueban (3 de cada 4) son libres para realizar el tradicional rito de tirar por la ventana sus libros de texto y apuntes. Yo no recuerdo un ritual parecido, pero mi amigo Adolfo Campini se guardó sus códigos de barra y se pegó uno en su bajo eléctrico. Yo pegué uno mío en el vaso de tubo de plástico aquel viernes noche durante el botellón de la feria de San Juan. La verdad es que los chinos están hechos de otra pasta, y nos dan dos mil vueltas, pero nosotros siempre hemos tenido mucho más sentido del humor.

 

Publicado en Diario HOY el 10/06/2012

Don de LOCH LOMOND

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