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Marcos Ripalda

De subir a la montaña me canso

Lobezno nunca sonríe

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Esta narración no es un microrrelato, como verá el lector, sino la suma de varios episodios encadenados, cuya suma es igual a un relato breve. Fue escrito hace 15 años y lo recupero con algún fragmento podado y ligeras variaciones, pero su esencia se mantiene intacta. Dice lo que decía hace 15 años, aunque yo hace 15 años no tuviera ni la menor idea de que iba a ser este que soy. Mi afición por lo cómics de superhéroes ha decaído en los últimos años.

 

Él (I).

La Patrulla X ha muerto.
Iván está destrozado por esta noticia. No sabe que desde que Jim Lee se retiró de la serie otros dibujantes han hecho todo lo posible por alcanzar su estela. Pero nada. El tipo es insuperable.
Iván camina entre la gente y se pregunta cómo pueden estar tan tranquilos. Joder, se trata de la noticia del siglo. Debe existir una conspiración. El asunto se complica si tenemos en cuenta que Mariposa Mental se ha quedado plantada en el altar. Lobezno fumaba uno de esos purazos de Madripur y se reía todo el tiempo. ¡Calla, enano! Júbilo no puede soportar esa risa brutal.
Iván se cansa de andar sin una dirección a la cual ir. Prefiere volver a casa, sumergirse en los Classic X-Men. La saga de Fénix Oscura es su preferida, pierde el seso, no lo comenta con nadie.
La chica le ha seguido todo el tiempo. Por supuesto, Iván lo ha sabido desde el principio. Le recuerda a una diminuta Tormenta.
Se pone a llover. Debe ser obra de la pequeña diosa mutante.
Olvidaste sacar el perro. Que se aguante, con calma, queda un buen porrón hasta casa. Iván no deberías haber salido con un día así. ¿Qué día, qué dices? Sí, claro, tú lo sabías, madre.
El perro estará meneando el rabo, histérico, la vejiga a reventar.
Iván come despacio la cena, sabe que la chica estará esperándole fuera, que no se moverá. Verás, verás.
El profesor Xavier ha metido a Mancha Solar dentro de la Sala de Peligro. Deja el cómic y termínate la ensalada. ¿Por qué le habrá puesto vinagre si sabe que no me gusta con el atún?
Mancha Solar lo está pasando mal de narices. Qué importa cuando los Centinelas son hologramas. ¡Y dale con no terminar las historias! Tendrás que esperar hasta el mes que viene.
Te quedas sin natillas. Sabe que es lo único que siempre me gusta. No digo nada, que se desahogue, sin más, vaciando o llenando el plato de papá.
Iván no se olvida de la chica.
Fuera hace un rato que unos ojos grises contemplan la posibilidad de que la luz de arriba se encienda.
La puerta del cuarto se abre: desorden de colegial para dieciséis años, los de él.

Ella (I).

Pufo es sinónimo de estafa.
Carmen ha encontrado su palabra del día. Hay gente que ofrece una bicicleta hecha con alambres, una pulsera de gomas elásticas, una sonrisa. Carmen sólo palabras.
Tienes una casa repleta de diccionarios de todos los tamaños. Falta el Espasa Calpe. Lo sé, hasta ahí llego, forofa de poemas, calculadora de caligramas.
Carmen cambia escritor por arquitecto, palabra por ladrillo.
El chico sabe que se han fijado en él, por su cara de cansado, andando entre la multitud.
A Carmen le gusta que llueva y saltar sobre los charcos con sus zapatillas de color crema.
Mamá estará sentada, los pies en una palangana con sal, separando las piedrecitas de las lentejas. Carmen no viene hoy porque quedó. Allá no hay nada malo, ¿verdad? La voz invisible del hombre es muy breve.
En la calle pasan unos niños en bicicleta. Le recuerdan a ella. Cuando un día tras otro era un día tras otro.
Carmen estrecha su cuerpo pequeño en el abrigo empapado, se muerde las uñas mordidas, esperando que el chico suba las escaleras y se encierre en su habitación.

Él (II).

Hay cosas que Iván no sabe. No sabe, por ejemplo, que Lee dibujará y guionizará un personaje oscuro y obsesionado llamado Deathblow, que recoge claras influencias de la todopoderosa Sin City de Frank Miller; doce episodios que harán las delicias de sus seguidores: coreografías estilizadas, rostros dibujados con detalle, músculos exagerados aunque proporcionados.
Mamá estará bien cuando Iván se vaya. No sabe, tampoco él, que alguien lo arrebatará para siempre.
¿Para qué crear personajes si el escritor es ya uno?, se pregunta Iván.
Sí, apagaré el equipo de música, se dormirá, me dormiré. Siempre el mismo sueño, viene bajando por el sendero, entre las ramas olor a ángeles.
Despierto cuando Arcángel vacía sus alas metálicas sobre la piel de un mutante negro que se rasga como el papel.
Miro por la ventana: la veo, me ve, así demuestra algo. No para mí. Por mucho que se moje.

Ella (II).

Puede que me canse, cansada me siento, la nube ha dejado de empaparme, ¿por qué llorar?, rodeada de agua salada.
Cuando Carmen tenía seis años un anciano se le acercó en el patio del colegio y le regaló un poemario de Neruda. Carmen comenzó a leerlo en la clase de gimnasia; se sentó sobre el potro de ejercicios y nadie saltó aquella tarde.
“Es tan corto el amor, y tan largo el olvido”, escribe el poeta. No lo entendería. O tal vez sí. Carmen siempre fue precoz, dentro de sus vísceras se hallaba el mapa de todos los sentimientos, el atlas de todas las percepciones.
Había llegado el momento, llamaría a la puerta y le abriría una mujer cansada, bien lo sabía ella; tras el recibidor, difuminado por los cristales ahumados, el reflejo del padre como una nube minúscula.
Sí, está dormido, puede que despertándole…
Tengo la sensación de que soñé antes esto, los rostros me observan desconcertados, oyendo sus voces parece que soy alguna clase de enemigo.
La puerta de arriba ha sido abierta, calzado de niño en pies de hombre van calmados al ruido.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ella y él (I).

Yo seré tu calambur, le dice él. Tú serás el astrolabio de mis emociones y te columpiarás dentro de mí, le dice ella.
¿A qué viniste?, pregunta él. Vine a por ti, siempre que me dejes, le contesta ella.
Ambos se recuerdan en un sueño recíproco, bajo los focos de un teatro, las decisiones del público los envuelven como el vilano a la semilla y ambos son transportados a paraísos distintos.
Yo ya no quiero irme. Nunca me quise marchar, se apresura Iván.
Al principio Iván era tan tímido que siempre escondía sus ojos bajo unas débiles gafas de sol. Carmen, sin embargo, no tuvo tiempo de reconocerse en su timidez: Carmen, antes el Kafka real, contemplaba su mundo irracional y trataba de descifrarlo mediante un lenguaje coherente y nítido. Por eso, nada la cogía de sorpresa. Las palabras de los otros… Cualquiera que fuese la combinación elegida, ella la conocía. Hasta que coincidió con Iván.
Iván era distinto. Le gustaba bailar la guaracha, poco tiempo, nomás para que te rías. Entonces, ella, la Carmen del pasado, alegraba el rostro.
Siempre me decías… ¿qué me decías? Sí, era algo así como… Carmen no recuerda. Ni siquiera lo exacto. Tantas palabras, reina de los libros, y no recuerdas, se lamenta Iván.

Él (III).

Sí, una edad difícil: la de Iván.
Iván está en el patio con otros chicos de su misma edad. No les presta atención. Lee le distrae.
Mira, es la chica de quien te hablé. Iván tarda un poco en percibir que se dirigen a él. ¿Qué? Otro chico se lo repite. ¿Quién?
Los ojos de Iván, redondos y grandes, auscultan a la chica con precisión. Desde la distancia parece una ninfa, al menos como él imagina que es una ninfa. Le tocan el hombro. Sólo le faltan las alas, ¿verdad? Desde dentro oyen un sí, ya lo creo.
Iván se acerca a ella y le confiesa que jamás había visto a una ninfa fuera de los bosques.
La chica sonríe. Su nombre es Carmen.

Ella (III).

Otro colegio. Te gustará, confía en ello. Carmen sabe que no es verdad.
Camino en círculos. El patio está atestado de gente que me observa.
Lo escribió Ernesto Sábato y lo habrán escrito otros tantos literatos: “Siento vergüenza porque me observan y eso prueba no sólo mi propia existencia sino la existencia de otros seres como yo”.
El grupo de chicos que hay al final de la pista de baloncesto se ha fijado en ella. Cuando el chico delgado con cara de enfermo se acerca a Carmen, ella agarra su carpeta con fuerza aplastando sus senos pequeños.
Esos ojos inmensos que la observan recortan a Carmen del fondo. Ahora ella es un recortable tridimensional que se mueve a cámara lenta.
Me llamo Carmen.

Ella y él (II).

Sólo lo semejante conoce a lo semejante.
He estado observándote. ¿Ves a ese chico de allí? Sí. Se ha fijado en ti. Y yo le doy las gracias por hallarte, le informa él.
Ahora que la ha encontrado sabe que no podrá separarse de ella. Porque no hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante.
Me gustan las canciones que hablan de sirenas, le dice ella.
Un tipo de la mitología casi la palma si no lo hubieran  atado al mástil de su barco. Por lo de sus cantos, los de las sirenas, le explica él.
El tipo se llamaba Ulises, sonríe Carmen.

Ella (IV).

Ataraxia: estado de ánimo imperturbable. Se trata de la segunda palabra del día. Hoy toca aprender palabras por partida doble. Carmen estuvo toda su vida acosada por esa palabra que ahora conoce; nada se escapa para siempre, sólo se zafa aquello que puede volver al lugar del que partió: así es Iván.
Carmen podría ensayar otros destinos, distintos de los que ella sabía únicos posibles, al igual que el escritor capaz de regresar victorioso o no de la locura, pero que finalmente regresa.

Ella y él (III).

Iván espera paciente hace un rato. No tiene de qué preocuparse. El Vigilante de las Estrellas de Moebius acompaña su espera.
Por ahí llega. Está preciosa. Y sólo me quiere a mí.
A Carmen le agrada que él se fije en ella de la forma en que lo hace. Al mirarme me demuestras que me amas, susurra para sí Carmen.
Iván no necesitará tocarla esta vez.

Ella (V).

Siente la mano de él en su hombro. Le molesta esa mano, pero ella sabe que es lo que ha deseado, desde que lo seguía a pocos metros.
Ha dejado de llover y sus zapatos están mojados.
Chapoteé demasiado, piensa.
Carmen conoce el aliento sobre su nuca.

Ella y él (IV).

Mientras la besa, una silueta de luz enciende apresurada un armario del recuerdo: “La metáfora es el único modo que tiene el hombre de expresar el mundo subjetivo, pero a los hombres concretos no les sirve este lenguaje”.
Ha leído esto en alguna parte. Sábato, tal vez, el escritor favorito de ella.
Iván mueve los labios por última vez, su figura se desliza sin preocuparse de la sombra que aplasta.
Te quiero desde donde puedo abrazarte, exhala.
Un cómic se desliza por el abrigo de él. En la portada, Lobezno se ríe o, más bien, se lamenta, está cabreado, no sabe…
Lo cierto es que Carmen nunca entendió mucho de esto.

Responsable de Diseño en el Diario Hoy de Extremadura desde 2012. Escritor de relatos breves donde aplico la máxima de la Escuela Postirónica: "Hablar de unas cosas para decir otras" . Soy consciente de mi ignorancia.

Sobre el autor

MARCOS RIPALDA es licenciado en Periodismo, diseñador gráfico y cuentista postirónico, término que él mismo acuñó con el beneplácito de su madre. Actualmente es el responsable de Diseño del diario HOY. CARMURA LENTEJA es ilustradora.


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