Hay principios básicos que aseguran un buen crecimiento y un desarrollo equilibrado de la persona, también en esta difícil y complicada situación creada por el coronavirus.

Entre ellos está el respeto al otro, a sus ideas e intereses, a sus gustos y a su modo de vivir, siempre que ellos sean respetuosos con los demás. Un segundo es mostrar una actitud de confianza en el ser humano, con la precaución adecuada para que no se convierta en una ingenuidad y en foco de engaños y burlas.

Otro es el diálogo, el intercambio de información, pensamientos, sentimientos, con la única exigencia de que sean oídas sin ser valoradas y juzgadas e invitando a los interlocutores a tener la misma actitud. Por último, la sinceridad y la honestidad adaptadas al lugar y momento. Así lograremos alcanzar la madurez, ser un poco mejor, sin renunciar a la perfección eterna.

No es nada fácil la puesta en escena de estos sencillos mensajes y muchas veces se enturbia la existencia con los chismes, falsedades o bulos o fake, palabras mal intencionadas que enredan, enturbian y enaltecen la mentira hasta transformar el entorno. El chisme es el comentario gratuito e hiriente, sin fundamento en la realidad. Confunde al que escucha y a la relación. Nos introduce en un mundo absurdo, alejado de lo sucedido y nos lleva sin darnos cuenta a una improductiva y depresiva soledad.

El autor de tan desafortunado comportamiento se empobrece como persona y se va aislando hasta quedarse en el mayor de los olvidos, con el único y engañoso consuelo de creer que son los otros los que están confundidos.

El chisme ancla sus raíces en la inseguridad, en los complejos de inferioridad, en la envidia, en la miseria de creerse superior al resto de los humanos. La inmensa mayoría padecemos la triste experiencia de haber caído alguna vez, pero también gozamos de la satisfacción de no habernos quedado retenidos en sus enfermizos laberintos.

Cuando no se sucumbe a ese estilo de vida se vive mejor, se disfruta más de los semejantes porque te alegras de sus triunfos y ellos de los tuyos, sientes sus fracasos y ofreces tu apoyo, y se logra el ansiado equilibrio de uno consigo mismo. El no meterse en el mundo del enredo social nos aporta un día a día más tranquilo y alegre.

Y llegando al final de estas líneas me atrevo a sugerir un sencillo consejo, convencido de que puede ayudarnos a seguir creciendo. Si nos encontramos con alguien que haya optado por esa manera de estar en el mundo, dominado por los embustes, líos y falsas intrigas lo conveniente es dejarles con ellos mismos, desde el respeto que se merecen aunque sea mucho lo que nos distancia y separa y con la paciencia suficiente para ayudarles a salir de ese enjambre de falsedad si se da cuenta y nos pide ayuda.

Dedico estas líneas a los que viven con el deseo de crear un mundo más transparente y sano, sin caer en las falsedades y habladurías que tanto daño hace. Ojalá seamos capaces de imitarlos. Nos beneficiaríamos todos y viviríamos más contentos.