LOS hechos son tozudos y las opiniones no le andan a la zaga. El último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), elaborado tras el referéndum ilegal del 1 de octubre, revela que la crisis por la independencia de Cataluña se ha convertido en el segundo mayor problema para los españoles. La escalada ha sido meteórica: en el sondeo de julio el asunto inquietaba a un 2,6% de los encuestados mientras que ahora, tras la singular proclamación de independencia escenificada por Puigdemont, la preocupación se extiende al 29% de los españoles. La inquietud por el ‘procés’ alcanza tal nivel que desplaza a la corrupción al tercer puesto, con el 28,3 por ciento de menciones en el sondeo, a pesar de tratarse como es sabido de un mal endémico durante décadas en España. Otro ‘triunfo’ que se apuntarán –supongo– quienes desde posiciones separatistas consideran que cuanto peor para el conjunto de España, mejor para una Cataluña independiente…
Puede resultar paradójico pero en mi opinión es un consuelo que tras la escandalera del ‘procés’ y del separatismo delirante, el sondeo del CIS constate la ‘sensatez’ de los españoles juzgando lo que es importante de verdad. ¿Por qué lo digo? Por los datos del paro. Y por el hecho de que lo siguen considerando el problema más grave de España el 66,2% de los encuestados: el verdadero desafío y conflicto contra el que se debe luchar; no señuelos o problemas creados caprichosa y gratuitamente por unos dirigentes políticos concretos de una comunidad concreta y en un tiempo concreto. Un problema generado igual que esos virus artificiales que se diseñan en laboratorio para la guerra química.
También hay que felicitarse por el buen juicio que demuestran los españoles al situar en cuarto lugar del ranking de problemas: los partidos y la política en general (mencionados por el 27,5%) y por encima de los problemas económicos (que señalan un 21,9%).
Es probable que a la vista de los resultados del CIS Puigdemont y quienes le secundan alimenten la esperanza de estar ganándole la partida a la España constitucionalista. Si es así creo que son víctimas de otro espejismo. O sea, justo todo lo contrario. Elevar a segundo problema los conflictos del independentismo sirve para probar precisamente la oposición generalizada –por no decir unánime– que suscita en España, en Europa y en el resto del mundo civilizado los fuegos fatuos de la ‘reliquia’ separatista.
«El que tiene mala memoria se ahorra muchos remordimientos», dice John Osborne. Ese puede ser quizás uno de los consuelos que deberán aplicarse los «huidos hacia adelante» del desventurado ‘golpe de Estado’ separatista. Y cuando los hechos, siempre tozudos, les devuelvan a la realidad y las versiones de la historia sean homologables con realidades no manipuladas, sin mentiras y sin anteojeras, quizás alguno –Puigdemont seguro que no– recuerde que el éxito (igual que el fracaso) suele ser un impostor.