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Israel J. Espino

Extremadura Secreta

Unicornios Castúos: El Escornau

Ilustración: Borja González Hoyos/

Miedo debía dar vivir en Extremadura en los no tan lejanos tiempos en que las bestias fantásticas campaban a sus anchas por nuestras tierras. En el siglo XVI  aterrorizaba en la provincia de Cáceres el “ehcornáu” o escornao, un engendro castúo que, según datos recogidos por el incansable investigador José María Domínguez, mezclaba en  su monstruoso cuerpo al caballo, al jabalí y al toro, adornando tal dechado de belleza  con un gran cuerno de extremo retorcido en el centro de la cabeza.

El origen de tan fantástico animal tiene dos versiones. En una de ellas es engendrado por un caballo y una jabalina, o por una yegua y un jabalí, o por un caballo y una vaca, o por un toro y una yegua, que a estas alturas lo mismo nos da que nos da lo mismo. En estos casos el “escornao” se presenta con aspecto de caballo en la parte trasera y de jabalí los cuartos delanteros.

Un caballo o una yegua mal emparejados pudieron dar origen al escornao   (Fotografía: Jimber para Extremadura Secreta)

 

 

En ambos casos “el escornau” atacaba con un cuerno largo y agudo, con sección espiral, que surgía vertical y enhiesto en medio de la frente. Este duro cuerno, que algunos alargan hasta los tres metros de longitud, era su única arma y él mismo se lo afilaba en las rocas del campo.

 

El escornao atacaba con saña a hombres y ganado (Jimber para Extremadura Secreta)

Monstruo de gran violencia, atacaba  sin previo aviso a pastores, agricultores y ganado, mostrando especial saña con las mujeres, con las que gustaba hacer brochetas humanas ensartándolas con su único cuerno y paseándose con ellas por los alrededores. Adora la sangre y el asesinato gratuito, y mata por puro placer, ya que no suele alimentarse de personas ni de ganado, sino de las palomas que abundaban a lo largo del arroyo Palomero, donde habitaba.

Allí, en la Sierra de Santa Bárbara, era temido en los pueblos vecinos de Ahigal, Cerezo y Santibañez el Bajo. Cansados y aterrorizados, los lugareños deciden realizar batidas para acabar con la bestia, pero ni la metralla ni la pólvora son capaces de atravesar la escamosa piel.

El pueblo, convencido de que el monstruoso animal solo podía ser un castigo divino, decide que solo métodos divinos pueden acabar con el. Y excolmulgan al bicho, que poco dado a liturgias, ni se inmuta.

Sale de rogativas la cofradía de la Vera Cruz, y el pío intento está a punto de terminar en tragedia griega cuando la impía bestia ataca a la procesión y a los procesionantes, que no tienen campo para correr. Pero el hombre (sobre todo cuando se encuentra entre el cuerno y la pared) es el único animal que tropieza dos veces con el mismo cancho, y así se decide enviar al monstruo una nueva procesión, esta vez (con un poquito de mala fe, diría yo) la de la cofradía del Rosario, compuesta sólo de féminas.

El escornao, cuando vio aquel montón de mujeres juntitas como cuentas de collar, decidió hacerse un rosario con su cuerno de marfil, pero al ir a embestir a las señoras… unos dicen que de la emoción tropezó, derrapó y se estampó contra una roca, mientras que los más partidarios de intervenciones divinas  afirman que  frenó en seco y comenzó a hincharse como un globo, explotando  de golpe y  dejando el campo perdidito, especialmente un peñasco que se encontraba a su lado, llamado desde entonces el “Canchu la sangri”, que aún presenta pigmentaciones rojizas que afirman que corresponden a la sangre del escornau.

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El canchu la sangri (Foto: Jose María Domínguez)

Pasase como pasase, lo cierto es que lo único que quedó del monstruo fue el cuerno, que fue llevado a Ahigal alcanzado (paradójicamente) la categoría de reliquia. Sus raspaduras sanan la esterilidad femenina y remedian el insomnio, el mal de estómago, el  nerviosismo y la falta de crecimiento, entre otras enfermedades y “maluras” varias. Incluso los “quintos” guardan raspaduras en sus bolsillos con el convencimiento de que gracias a este amuleto lograrán números que les librarán de la “mili”. Pocas veces un solo cuerno sirvió para tanta cosa.

La “barra libre” de polvo de cuerno acaba a mediados del siglo XIX, cuando  un avispado obispo de la diócesis de Coria visita Ahigal y comprueba que los lugareños confiaban más en las virtudes de los polvos del escornao que en el Cristo del pueblo, por lo que decide cortar por lo sano y llevarse el cuerno, perdiéndose desde entonces el último rastro de este fantástico animal mestizo y misógino que tuvo en jaque a  parte de Extremadura hace 500 años.

 

Leyendas y creencias de una tierra mágica

Sobre el autor

Periodista especializada en antropología. Entre dioses y monstruos www.lavueltaalmundoen80mitos.com www.extremadurasecreta.com


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