En estos días en los que más de uno piensa que algunos políticos son de la piel del diablo he recordado las andanzas de un brujo de nuestra tierra que llegó a concejal.
Se llamaba Manuel García Ruiz, pero era más conocido como “El Brujo de Don Benito”, y llegó a ser famoso a finales del siglo XVIII en toda Extremadura. Publio Hurtado nos habla en 1902 de sus orígenes humildes, y de cómo desde corta edad manifestó estar dotado de una gran astucia y se propuso hacerse rico a costa de la credulidad de las personas. Y lo consiguió por triplicado: se ordenó sacerdote, llegó a ser rico y fue elegido concejal del Ayuntamiento de su pueblo.
Su fama traspasa las fronteras de Don Benito y se extiende desde Trujillo a Almendralejo, desde Logrosán a Mérida. A su casa peregrinan lugareños de La Haba y de Medellín , de Rena y de Magacela, de Villanueva y Miajadas, de Villagonzalo y Montánchez. En el más pequeño villorrio se cantan sus prodigios y se aderezan sus poderes sobrenaturales con leyendas.
Si a un ganadero se le extravía un animal acude a casa de “El Brujo”, que le dice exactamente el lugar donde se encuentra la vaca, la cabra o la oveja. Tiene tarifa fija-variable (como los bancos): cobra por cada recuperación el diez por ciento del valor que tiene el animal perdido.
Pero “El brujo” no solo se encarga de cerdos y vacas. Cuando los médicos dicen que un paciente no tiene remedio para la ciencia, “El Brujo” actúa devolviendo la salud al desahuciado.
Hay veces que el enfermo está tan débil que no puede llegar hasta la consulta de El Brujo. No problem. Basta con que un alma caritativa le lleve a “El Brujo” alguna prenda y el artista diagnostica certeramente y prescribe el remedio oportuno. Es sabido que cobra bastante si el enfermo tiene dinero, pero también es cierto que la gente lo paga, porque ya se sabe que en Extremadura nadie quiere ser el más rico del cementerio.
Para predecir el lugar donde se encuentra el animal desaparecido y para sus famosas curaciones monta un espectáculo digno de película de serie B:
“… el altar, la calavera, las velas encendidas, la indumentaria sacerdotal extraña de que se adornaba, mezcla de católica y egipcia, con mitra y casulla pintarrajeada de animales y jeroglíficos; y todo para echar bendiciones y mascullar jaculatorias, ya en latín, ya en castellano, pero que sólo él entendía”.
Pero un día se le va la mano a la hora de recetar un fármaco casero a una señora de Almoharín, María Castro Palomino, que muere a la tercera “píldora mágica” que se traga. “El Brujo” es procesado y encarcelado en 1893.
Sin poderes para salvarse, en 1899, siete años más tarde (“número mágico”, que diría el condenado), muere El Brujo de Don Benito, tras una trayectoria digna de una estrella. Fugaz.