Los tesoros de las Villuercas
Mucho hemos hablado ya (y lo que os rondaré, morenos) de los tesoros extremeños que aún permanecen ocultos, y en vista de que algunos de ustedes se empeñan en tachar estos humildes escritos de imaginaciones y desvaríos de viejas rurales voy a tener que sacar la artillería pesada. Y de paso matarles de envidia.
Porque comenzamos hoy un repaso, comarca a comarca, por aquellos afortunados que, buscándolos o no, encontraron un tesoro. Un tesoro de los de verdad, de los de joyas, monedas, oro y plata, de los que salen en los libros, de los que les hicieron los más ricos del pueblo o de los que acabaron en la vitrina de algún museo.
Algunos tesoros se buscan hasta ser hallados, pero otros emergen de la tierra al mero contacto de la azada o el pico, o simplemente aparecen, sin esfuerzo alguno, ante los ojos anonadados de paseantes o pastores.
De algunos de ellos, que desaparecieron entre el tiempo y las brumas de la leyenda, apenas se sabe donde se hallaron o alrededor de que fecha, pero de otros, conservados (a veces después de muchas y rocambolescas aventuras) en museos, se conocen casi todos los detalles. En algunos, también, se entremezclan realidad, leyenda y picaresca, sin poder discernir muy bien donde termina una y comienza la otra.
En estos parajes villuerquinos aún quedan tesoros, al menos para la vista (Extremadura Secreta)
Uno de los primeros hallazgos de los que tenemos huella escrita nos lo cuenta de primera mano en 1798 el bachiller Gómez de Cordova al hablar, en el Interrogatorio de Lope de unas antiguas herrerías llamadas de Desuella Cabras en Las Villuercas, en la zona de Deleitosa en la sierra de Rocacastaño, que habían quedado desiertas, un abandono que la tradición popular atribuía a haberse descubierto una abundante mina de plata. El bachiller, que además es capellán, confiesa que
“lo cierto es que io conocía a Alonso Bote, natural de dicho Campillo, que me aseguró haverse hallado junto a dichas herrerías zierta porzión de barritas de dicho metal, cuántas no, ni jamás lo confesó, bien que fue visible que de pobre pastor y criado llegó a ser el hombre más azendado de el referido lugar”.
Y es que la historia, a veces, supera a la leyenda.
Siglos después, en abril de 1961 y en la misma zona, dos pastores de Navezuelas caminan por la sierra. Son Domingo Sánchez Pulido y el propietario de la finca, Urbano Montes Sánchez. Se encuentran en un lugar llamado El Terrero, en la finca Los Machos, en Berzocana. Uno de ellos advierte un brillo extraño en las pedreras.
El tesoro de Berzocana
Es fácil imaginar su curiosidad cuando se acercan y advierten que se trata de una vasija de bronce. Pero lo mejor estaba por llegar. En el interior de la vasija observan unos objetos cuyos extremos sobresalen. Como brillan mucho piensan que son alambres retorcidos, pero luego imaginan que han encontrado oro. Y esta vez no se equivocan. Descubren tres collares o torques de oro macizo de 24 quilates… ¡y de casi un kilo de peso cada uno!
Uno de ellos fue a parar a un platero de Navalmoral de la Mata, pero los otros dos fueron recuperados por el investigador Carlos Callejo previo aviso a la Guardia Civil, que depositó el tesoro celta en el juzgado de Navezuelas.
El Estado les indemnizó y los objetos pasaron al Museo de Cáceres antes de que se los llevasen en 1964 a Madrid, al Museo Arqueológico Nacional, donde reposan a día de hoy.
Afirmaba el arqueólogo Martín Almagro Basch que los dos pastores gastaron muchas horas en buscar, infructuosamente, más tesoros en la zona. No fueron los únicos. Otros los imitaron. No hubo manera.
La suerte se adorna con torques de oro solo una vez en la vida.