Primero fueron los fuegos de Beltaine, cuando éramos celtas. En honor al dios Belenos encendíamos hogueras que eran saltadas por los más valientes con largas pértigas. Después los druidas hacían pasar el ganado entre las llamas para purificarlo y defenderlo contra las enfermedades. Construíamos hogueras circulares en lugares sagrados. Las encendíamos en el justo momento del ocaso y las bendecíamos para consagrar sus poderes para la protección de los cultivos.
Más tarde, cuando fuimos romanos, celebramos las Parilia con un ceremonial de ritos con fuego a la hora del crepúsculo. Después de haber realizado numerosas ceremonias y recitado ciertas oraciones a la diosa Palas y a Fauno, deidades de los campos, nuestros pastores barrían y regaban el suelo del pasto, y adornaban con flores y hojas el espacio del redil, para conjurar los peligros del lobo.
Encendíamos hogueras de heno y saltábamos por encima de ellas al menos tres veces. Con esta ceremonia no solo se limpiaba al saltador, sino que también limpiaba a su ganado.
Después fuimos visigodos y moros, y celebrábamos juntos la sanjuanada y la la Ansara, una festividad que ya celebraban, curiosamente, los beréberes de del norte de África el 24 de junio.
Las hogueras que encendíamos producían un denso humo que protegía los campos cultivados. A través del fuego pasábamos los objetos y utensilios más importantes del hogar. Iluminaban nuestros patios, caminos, campos y encrucijadas, preferentemente junto a las higueras, y quemábamos plantas mágicas y aromáticas. Lo ahumábamos todo, incluso los huertos y las mieses. Saltábamos siete veces sobre las brasas, paseábamos las ramas encendidas por el interior de las casas y hasta las acercábamos a los enfermos para purificar e inmunizar el entorno de todos los males.
En la mentalidad mágico-animista de nuestros antepasados las hogueras de San Juan tenían la virtud de preservar de todo mal a las personas, animales y cosechas. Todavía perviven una serie de rituales en el que antorchas, hogueras, ascuas y cenizas juegan un papel predominante.
La noche de San Juan, la del 23 de junio, el crepitar de las llamas purifica los cuerpos, y ahuyenta los malos espíritus e impulsa al Sol en su continuo deambular por el firmamento, ya que a partir de ahora los días serán más cortos. En algunas majadas campesinas de la Sierra de Gata, se encendían cuatro hogueras para iluminar los cuatro puntos cardinales como protección contra la malaventura y los espíritus nocivos tanto para animales como para hombres.
Las llamas sanjuaneras también preserva de los maleficios de las brujas y expulsa a las hechiceras y a los ladrones y preserva de los animales dañinos, como las culebras o las mordeduras de perro. Si se salta de un modo determinado, se obtienen la seguridad del matrimonio, y recitando ciertas fórmulas, se asegura la cosecha.
Y es que el valor profiláctico del fuego de San Juan no preserva solo a las personas. En Aldea del Cano solo hay que pasar a los animales delante del Tuero de la noche de San Juan para prevenirlos de futuras enfermedades y de maleficios.
El fuego preserva de la sarna y la tiña, y cura otras enfermedades. El etnógrafo Jose Luis Rodriguez Plasencia nos cuenta que en Cilleros se saltaba tres veces sobre las hogueras para alcanzar salud y felicidad, a la vez que se decían letanías como
“Salú p’amí
y p’a toos los qu’están aquí”
y algunas más anticlericales:
“Salú p’a la levadura
y sarna p’al señol cura”…
En otros muchos pueblos extremeños se realiza el sahumerio o zajumerio, como en Ahigal. El investigador Domínguez Moreno cuenta como las familias colocan a las puertas de sus casas pequeños matojos de tomillo cortados la víspera del Corpus y que fueron esparcidos durante la procesión eucarística.
Estas piras de tomillo son humedecidas con agua antes de que la más anciana de la casa pretenda encenderlas, para que la intensidad del humo supere a la de las llamas. Las calles presentan un aspecto fantasmagórico con sus hileras de piras diminutas por las que saltan repetidamente los miembros de las familias.
De hecho, en Herreruela se conoce a esta noche como La Noche de los Tomillos, y en Ahigal, se conoce al día de San Juan con el nombre de “día del zajumerio”, allí se recita, al saltar sobre el tomillo quemado el siguiente ensalmo:
Pasó San Juan
Por aquí
Yo no lo ví
Sarna en ti,
Salud en mí.
Durante todo el ritual las puertas de las casas permanecen abiertas, porque el humo que penetra en las casas y envuelve a quienes saltan a través de la hoguera defiende a hacienda y a personas de los males contagiosos, de la tormenta, de los incendios, de los poderes del mal de ojo y de otras artes brujeriles.
La ceniza, al igual que el humo, posee fuerza fumigadora. Lavarse con ella la mañana de San Juan es un remedio eficaz contra las enfermedades de la piel. La ceniza también protege contra las tormentas. Constituye igualmente un medio profiláctico sobre los animales, a los que se saca por la mañana de sus cuadras y se les obliga a pasar sobre ella para librarlos de las más diversas enfermedades, de los peores contratiempos y del ataque de las alimañas, especialmente del lobo.
Hasta en más mínimo resto de la hoguera tiene su poder. Son recogidos entre oraciones y esparcidos por los huertos, ya que propician una excelente cosecha. Desde luego, pocas cosas dan tanto de sí en estos tiempos.
Que ustedes lo humeen bien.