La bruja de Blancanieves era extremeña. Como lo oyen. O al menos, aquí tuvimos una que se le parecía. Con madrastra y manzana envenenada incluida. Y de carne y hueso.
Se llamaba la bruja María la Panda, la ha rescatado del olvido Fermín Mayorga y vivía en Llerena, aunque era conocida y reclamada en toda la región.
La moza Manuela Mateos tenía 34 años y vivía en Trasierra. Corría la cuaresma de 1784, y su madrastra, Antonia Polanco, cae enferma de tal manera que todos sospechan que está hechizada.
El padre de nuestra protagonista y esposo de la enferma, Francisco Mateos, manda a un recadero a cruzar media Extremadura en busca de la famosa bruja, María La Panda, y la hechicera, tras mirar la camisa de la enferma que el recadero le llevaba, asegura que efectivamente, “padece de hechizos”, por lo que decide acompañarlo hasta la casa de la madrastra con el fin de curarla.
Una vez en el domicilio de la enferma, le confirma a la joven que los hechizos de su madrastra “son de muerte”, y que sabe quién y cómo la hechizaron. Fue una vecina del pueblo, y la mujer quedó embrujada al pisar un poco de agua vertida en el suelo.
La bruja saca entonces sus aperos, unos pucheros de barro con ungüentos de color negro y unas bebidas en dos botes. Unta a la madrastra los ungüentos por los muslos y por brazos, afirmando que el mal lo echaría por las uñas de los pies.
Para ello pone a la madrastra boca abajo mientras musita algunas oraciones, para lo que olicita una toalla o paño que no se hubiera utilizado nunca; se ciñe con ella y después se la lleva para meterla en un estercolero.
También pide la bruja un baño grande con ascuas donde deposita unas semillas, cáscaras de avellanas y unas hierbas que lleva, y levantando a la enferma le ordena que aspire aquel humo. También le administra unas pócimas que, según afirmó después, no eran más que agua con raíces de berros.
Todo para nada, o para nada bueno, porque la madrastra muere y la joven denuncia a la bruja a la Inquisición, quien la deja en libertad tras una pena leve. Pero vuelven a denunciarla, y esta vez no por una madrastra, sino por unas manzanas. Y esta vez en su propio pueblo, Llerena.
Un tal Francisco de Trejo, recibe un encargo poco sospechoso, si no fuera porque lo envía la bruja. La Panda le da una cesta de manzanas para que se la entregue en Zafra a la mesonera del Mesón del Agua, pero antes de llevarla se encuentra con su cuñada la Jaramillo y una amiga, que lo ven con la cesta de fruta debajo del brazo y le piden unas manzanitas. Francisco, que debía querer bien a su cuñada, le responde que no se las da porque cree que están “compuestas para hacer mal” , ya que la fama de La Panda la precede. De ahí a las garras de la inquisición solo hubo un paso.
Pero la afición de las brujas extremeñas por las manzanas perdura a través de los siglos. Ya en el siglo XX, concretamente en 1901, el médico José González de Castro, que está destinado en Guijo de Santa Bárbara, y que se resguarda literariamente tras el pseudónimo de Crotontilo, recibe en su consulta al joven Lucas Gómez Santero, de 24 años, vecino de Tornavacas, que asegura haber sido embrujado por su enamorada a través de una manzana que ella le ofreció.
Al joven no le falta detalle: sufre insomnio pertinaz, alucinaciones, vértigos, falta de memoria, dolores en todas partes, el corazón quiere salirse de su pecho y no come. Según Lucas, la manzana llevaba el “embruje”, y con él miles de demonios tomaron posesión de su cuerpo y alma, condenándole a un eterno sufrir.
El médico, convencido de que lo que sufre el joven no es más que una perturbación mental, decide mandarle, como preliminar al tratamiento, que vaya a un sacerdote para que le realice un exorcismo.
Pocos días después vuelve Lucas a la consulta. En Plasencia lo habían exorcizado, pero sólo habían logrado que expulsara ocho demonios. El médico le asegura que el resto los expulsará en la consulta. Unas píldoras de aloe bastan para que todos los días expulse cinco o seis demonios en forma de bolas excrementicias.
Pero, lejos de calmarse la excitación violenta del poseso, aumenta en términos alarmantes. Afirma estar poseído por legiones innumerables de demonios, y si salen unos, entran otros a sustituirlos. Comienza entonces un periodo de sufrimientos horribles. Un demonio se aloja en la garganta y le ahoga, otras veces le golpean en el cráneo y siente los golpes, en ocasiones desfallece presa del vértigo… A partir de aquí las alucinaciones toman un carácter muy grave y no se le permite tomar ni un minuto de reposo. Todo le huele a azufre, todo le sabe a azufre.
La única solución que encuentra el poseso es dar muerte a la mujer que el supone autora de su embrujamiento. Por desgracia, desconocemos si el joven Lucas se llevó por delante a su novia o si sus demonios se lo llevaron a él antes, porque el buen doctor terminó aquí sus apuntes…
Y todo estos jaleos por una manzanita de nada. Menos mal que no nos dio por comer sandías…