El honorable señor feudal le prometió a su hija un pretendiente digno de su confianza el día de su decimoctavo cumpleaños, pero como no encontró a ningún pretendiente del que fiarse le pidió a una bruja que le cortase un brazo para que de él sacara, al modo de Adán y Eva y lo de la costilla aquella, a un joven apuesto, hermoso, y, sobre todo, digno de su confianza. Con los años, lo que había sido un brazo y luego un príncipe de discreta belleza, decapitó al honorable señor feudal, que era un tirano de cuento, mientras la hija, felicísima, se dispuso a vivir como una reina.