El niño con cabeza de niña le pide a su mejor amigo, el niño con cabeza de chorlito, que le corte la cabeza y, claro, el niño con cabeza de chorlito se la corta, que para eso se da mucha maña, anda que no. Ahora el niño con cabeza de niña no tiene cabeza; bueno, si que la tiene, pero no la lleva puesta sobre los hombros, sino bajo el sobaco, así que parece que se está paseando con la cabeza de una muñeca rubia, una cosa macabra, se mire por donde se mire. Los niños en el colegio le dicen marica, supone, y supone bien, porque lleva su jeta de niña bajo el brazo, y él, qué duda cabe, no puede cagarse a gusto en las familias de estos niñatos de mierda, más que nada porque donde antes estaba la boca no hay nada y ningún insulto puede salir de ella. El niño que antes tenía una cabeza de niña por cabeza trata de ajustarse la cabeza de nuevo para poder ciscarse en los muertos de los niños y también porque entiende que es la única forma de engullir bocado, pues hambre tiene desde hace rato. Tras fracasar muchas veces intentando sujetar la cabeza al cuello cercenado, ha decidido echarse la sopa, como quien dice, por la espalda, que algo caerá dentro, y los tropezones de pollo y pan frito serán bienvenidos. Su amigo, el niño con cabeza de chorlito, no ha vuelto a tener noticias de su amigo, el niño con cabeza de niña, pero tampoco es que lo eche mucho de menos, la verdad, aunque se cruza con un niño sin cabeza que, bajo el sobaco, atesora una cabeza de niña rubia preciosa que al niño con cabeza de chorlito le gustaría chutar por los aires y gritar gol y gol y gol.