Fragmento de “Diario de Un Controller Financiero en Malawi”
Antes de emprender mi viaje a Tanzania, con la duda de si plantaba albahaca o no, decidí tentar mi destino con ellas y preparé dos preciosas macetas en el patio de mi casa de Malawi. El reto para mí era importante, no sabía si las plantas aromáticas podrían empezar a crecer sin que las mirase, controlase su humedad diariamente, y sin que las atendiese,ya que mi viaje estaba planificado para dos semanas.
Mi patio es un sitio donde cualquiera sería muy feliz, es la estancia principal de la Casa del Voluntario de Alinafe, donde habita Dios. Por aquí han pasado voluntarios, donantes, y gente de bien. En él hemos hablado de cosas grandes que podemos y hacemos las personas: desarrollo, buenas prácticas en gestión, sencillas prácticas que todos podemos llevar a cabo, de los necesitados y los vulnerables, de cómo ayudarles, con qué… Todo, desde el amor y desde nuestros corazones porque aquí, en África, los corazones vienen limpios y con verdad.
Además el patio sirve de sitio para la relajación, la reflexión y la pasión. Es el lugar donde los atardeceres se vuelven amables, y donde el calor se suaviza. Es el lugar ideal para el descanso del voluntario, lo que yo llamo el “Guerrero del Terreno”, por lo que tiene una energía especial que percibo.
Muchos de los voluntarios que han pasado por aquí no volverán nunca, seguramente, pero les siento conmigo. Otros volverán, y yo me habré ido, pero les dejaré algo grande de mí para que, cuando lleguen, también me encuentren.
En la Casa del Voluntario de Alinafe no hay ningún lujo, no hay agua más que algunos días y pocas horas. Tampoco tenemos electricidad, por lo que el uso energético está limitado a las cosas importantes que tenemos: trabajar con verdadera eficacia el tiempo que nos dure la batería del ordenador. Por ello, se entiende que no tengamos nevera, y muchos días lo agradecemos porque usamos nuestra imaginación para llenar de ilusión y gracia nuestras sencillas comidas.
Todo ello hace que sea una casa mágica.
Tardé tres semanas en volver de Tanzania, una más de las prevista. Cuando regresé, en el patio estaba crecida la albahaca, como esperándome, recién nacida, tenía tres pequeños retoños…Parecía ansiosa de que me sentara con ella, de que le hablase de mis vivencias en Tanzania, de que disfrutase de las noches a su lado, mientras ella y yo crecíamos. Nos entregamos entonces al arte de conocernos.