Me levanto cuando aún está oscuro. Afuera se oyen los cantos desacompasados de los atajacaminos y las lechuzas en la selva. El frío me muerde sin compasión: estamos a unos 7 grados. Frío algo de mandioca para tener algo que llevarme a la boca durante la mañana, me hago un bocadillo de jamón para desayunar y relleno el termo de agua caliente para el té.
Cuando José y yo salimos, empieza a clarear por detrás de los árboles, y para cuando llegamos a la laguna, el vapor de agua se levanta en remolinos sobre el agua, haciéndome pensar en otro planeta. El aliento se nos convierte en vaho mientras atravesamos el talud que contiene el agua; la humedad se nos pega a las pestañas. La quietud del momento, sólo rota por el ulular de una lechuza, me da la sensación de que el tiempo se ha detenido.
Abrimos las redes en la penumbra del alba y nos volvemos al punto donde tenemos montada la mini tienda de campaña. Esperamos amodorrados hasta que pasa la primera hora y nos acercamos a revisar las redes. Encontramos un pequeño arañero silbón (Basileuterus leucoblephanus) y un frutero coronado bastante violento (Tachyphonus coronatus). Los identificamos con la guía y comprobamos si tenían placa incubatriz, y los soltamos.
Estoy testeando varios puntos posibles donde se podrían poner las redes para mi estudio. Hace frío, y nos volvemos al interior de la tienda. Compartimos un té calentito, y desayunamos la mandioca frita. El sol se va levantando, pero aún no espanta la humedad que se cuela hasta los huesos.
Mosqueta de oreja negra (Phylloscartes paulistes)
Luego, yo le muestro cómo ver la placa incubatriz, las técnicas para agarrarlo sin hacerle daño ni lesionarlo, y sin que se escape… le muestro la muda, la manera de tomar medidas, de manipular los instrumentos sin que el avecilla se mueva ni sufra.
Entre paseos por el sendero para comprobar cada hora si hay nuevas capturas, tumbarnos a observar y escuchar la fauna que nos rodea o simplemente para disfrutar de la paz que nos rodea, bromear y reír, se nos pasa la mañana. A las 11 cerramos las redes. Ya hace calor, y a mediodía prácticamente apenas hay actividad pajaril, así que desmontamos el campamento y nos volvemos al hangar, contentos de haber realizado bien nuestro trabajo.
Me levanto cuando aún está oscuro. Afuera se oyen los cantos desacompasados de los atajacaminos y las lechuzas en la selva. El frío me muerde sin compasión: estamos a unos 7 grados. Frío algo de mandioca para tener algo que llevarme a la boca durante la mañana, me hago un bocadillo de jamón para desayunar y relleno el termo de agua caliente para el té.