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Israel J. Espino

Extremadura Secreta

De vetones y verracos

Ilustración: Borja González Hoyos/

Algunos de ustedes han temido que mi entusiasta realismo al hablar de los tesoros incite al expolio. Nada más lejos de mi intención, ya que a Extremadura se le han arrancado (literalmente) pedazos de su historia en pos de unos tesoros que nunca existieron más que en las consejas nocturnas de los crudos inviernos.

Tal vez uno de los genes más antiguos del actual pueblo extremeño sea el vetón, creador de la cultura del verraco.  Los verracos se adoran como divinidades protectoras de los ganados o propiciadores de pastos, aunque también se afirma que son símbolos de fecundidad, a juzgar por la desproporcionada dotación de genitales de que hacen gala algunos de estos animales.

Verraco de Madrigalejo,, actualmente en el museo arqueológico provincial de Cáceres (Extremadura Secreta)

Según otros estudiosos, los verracos actúan como tótem de clan, como marcadores de terrenos y lindes o como divinidades funerarias, constituyendo un singular tipo de sepulcro consistente en una piedra con un hueco para las cenizas tapada con la peana que sostiene el verraco. Algunos modernos investigadores afirman que  los verracos son unos animales destinados a los sacrificios telúricos, ya que su sangre se derrama para propiciar a las divinidades. Por eso se les erige como exvoto a los dioses, ya que estos animales, con su sola presencia, los calman y propician a favor de los campos o de las ciudades donde se erigen.

Verraco de Segura de Toro (Extremadura Secreta)

La provincia de Cáceres presenta un amplio muestrario de esculturas de verracos esculpidas en granito, aunque se trata de una mínima parte de las que existieron, como ponen de manifiesto la toponimia y las leyendas. De su desaparición, como sabemos a través del investigador  Jose María Domínguez Moreno y de la estatua de Viandar  y de otras muchas del Valle del Jerte, fueron causa los golpes de las piquetas de quienes pensaban encontrar el fabuloso tesoro en sus entrañas o, más corriente aún, dentro de sus pronunciados genitales.

En el mismo Valle del Jerte también se encuentra Valdastillas, un bello pueblo donde aún recuerdan como el servicio de correos del Valle se hacía a caballo por el Camino Real y tenía una de las paradas obligatorias en el Cerro del Pontón, junto al arroyo del Prado, donde se encontraba un verraco de piedra en el que los jinetes se subían para ayudarse a montar en las caballerías. Se decía que dentro de las turmas del verraco, que estaban muy señaladas, había escondido un tesoro. Y un mal día los lugareños se encontraron con la piedra rota y el animal sin las turmas. Desde entonces se cree que alguien se hizo rico con el  tesoro que tenían dentro.

En el Valle del Alagón, un emblemático prado del monte de Ahigal lleva el sugerente nombre del “Prao del Toro”,  porque en ese lugar antaño se encontraba la escultura de un morlaco en piedra granítica. La estatua también fue destruida en su totalidad para rescatar el tesoro que llevaba dentro y sus  piedras fueron a parar a la pared del cercado.

La cercana Plasencia no iba a ser menos, y también tiene su “toro del tesoro”, adscrito a uno de sus parajes más emblemáticos, El Berrocal, donde existe un toro de piedra con un letrero entre sus astas en el que puede leerse:

“Donde mira el toro

 está el tesoro”

Idéntica frase lapidaria existe en Pasarón de la Vera en relación a su desaparecido toro pétreo que, según las informaciones locales, se hallaba en el Cerro del Verraco. Publio Hurtado hace alusión a este cerro, en el que  había un toro petrificado con la misma inscripción entre los cuernos.

Acerca de este verraco, J. Ramón y Fernández Oxea cuenta que “en la primera mitad del siglo pasado existía en el alto denominado “Cruz del cerro” un verraco tallado en piedra con el que solían jugar los mozalbetes en sus ratos de holganza invernal. Un hombre del pueblo había soñado en repetidas ocasiones que en la Puerta del Sol de Madrid estaba suerte, así que hacia allí se encaminó, seguro de encontrarla.

Tan pronto llegó a la capital fue al lugar previsto en sus sueños y estuvo dos días paseando por las aceras de la popular plaza madrileña sin que nada ocurriera. Pero al tercer día se le acercó un individuo, que lo había estado observando los días anteriores, y le preguntó que es lo que hacía allí con ese aire expectante.

El verato le explico su sueño, y el otro le contestó:     “No hagas casos de los sueños, pues no hace mucho que yo también soñé que en un pueblo había un verraco de piedra que por dentro estaba lleno de oro”.

Se separaron, y regresando el verato al pueblo se acercó a la Cruz del Cerro y se apoderó del verraco, sin que hasta la fecha se haya vuelto a saber nada del verato ni del verraco”.

Ya hemos visto como los verracos y los tesoros van indefectiblemente unidos en estas tierras. Ahora ya solo nos falta, merced a la imaginación del pueblo, hacer del verraco un tesoro en si mismo, transformándolo, como nuevos Midas, de piedra berroqueña en oro puro.

 Así, en Logrosán existe, entre dos alcornoques, un toro de oro enterrado, que tiene hasta una canción popular:

“¡Adios, Logrosán hermoso,
No te volveré ya a ver!
Entre dos alcornoquitos
Un toro de oro dejé!”

 No solo en Logrosán. Tambien en Aldea del Obispo, Aldeacentenera, Torrecilla de la Tiesa y Berzocana se habla de becerros, verracos y hasta zorros de oro escondidos, que son buscados afanosamente por un soldado moro que llega al pueblo durante  la guerra civil con las tropas de Franco  y pregunta por El Castillejo, la Villeta de Azuquén, la Coraja, la Burra o el Pardal, todos ellos nombres de antiguos castros vetones.

Verraco del castro de Villaviejas de Tamuja (Botija), actualmente en el museo arqueológico de Cáceres (Extremadura Secreta)

Según afirma , José Antonio Redondo Rodríguez, quien fue alcalde de Trujillo y gran aficionado a las leyendas de la zona, el susodicho moro había estado excavando durante mucho tiempo en busca del mítico tesoro, “pues en África aún quedaba el recuerdo de aquel jeque árabe que huyó cuando la Reconquista y dejó atrás su preciado tesoro.

Incluso el mencionado moro daba cuenta de detalles que no podía conocer sino por una descripción muy detallada de algún pergamino escrito en torno a 1232, o poco después, cuando finalmente Fernando III El Santo reconquistó Trujillo y puso fin a la presencia sarracena en la comarca”.

 Pero de los becerros de oro y de los pellejos de bueyes rellenos de monedas  escribiré otro día.  Con mis licencias literarias o poéticas, eso sí, pero buscándolos sólo con la imaginación.

 Así que permítanme que siga suspirando desde estas páginas por los tesoros que nunca existieron, por los que  fueron para nuestros abuelos y por los que  estarán para nuestros hijos, y déjenme pensar también que mis lectores no están esperando a leer estos artículos para echarse en tropel a los campos con azadones y retroexcavadoras a destrozar castros y castillejos en pos de tesoros fantasmas.

Porque para destrozar tesoros reales en busca de supuestos tesoros hay que ser muy verraco, en toda la extensión pétrea de la palabra.

 

 

Leyendas y creencias de una tierra mágica

Sobre el autor

Periodista especializada en antropología. Entre dioses y monstruos www.lavueltaalmundoen80mitos.com www.extremadurasecreta.com


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