—Eso de ahí es. Está doblando la esquina. Lo verá en seguida. No tiene pérdida. Un poco más adelante. Ya le dije.
—Sí, ya sé. Nada más llegar allá, doblo a la izquierda. Es esa esquina, ¿verdad?
—Eso es. Doblar y ahí mismito es. Si es que no tiene pérdida.
—¿Y sabe usted si están?
—Eso ya no se lo puedo decir. Pruebe.
—Toco la puerta y…
—Y entre, echao pa´lante, que dicen.
—¿Quién lo dice?
—Oh, es una forma de hablar.
—¿De quién?
—Una frase hecha, cosas que se dicen para rellenar. Muletillas se llaman.
—¿Entonces entro?
—No, primero llama y si están, entra. Aunque la puerta puede que esté abierta. Si es el caso, empuje, que ellos no tardarán en volver.
— Y me siento allí y espero.
—Exacto. Se sienta usted. Sillas hay.
—¿Y si no vienen?
— Vendran, vendrán.
—Yo no sabría que hacer si ellos, por un casual…
—Ellos tienen que venir. Venir vienen, seguro… ¡Si ni siquiera sabe si están!
—Es por no molestarles.
—Usted me está tomando el pelo.
—¿Perdone…?
—Que se cree usted que soy tonto.
—¿Qué tiene que ver eso con su pelo?
—Es otra frase hecha, hombre de Dios.
—No creo que vengamos de ningún Dios.
—Es usted ateo, supongo. Me sorprende.
—No sé lo que significa eso de ateo. Creer, lo que se dice creer, no creo.
—Eso es precisamente lo que significa ateo.
—¿Usted también es ateo?
—También. Y convencido.
—¿Quién le convenció?
— Me convencí yo mismo con el tiempo.
— ¿Con qué tiempo: nublado, lluvioso, soleado…?
—¿Me toma usted el pelo de nuevo?
—Yo no le tomo de ningún sitio. ¿Por quién me ha tomado?
—No me malinterprete.
—Habla usted muy raro.
—Usted es el raro.
—¿Me está llamando maricón?
—No le estoy llamando nada.
—Porque, ciertamente, usted me atrae con su dominio léxico.
— No se acerque, majara.
—¡Si hay que estar majara, majara estoy!
—Váyase, váyase…
—Me dijo en aquella dirección, ¿no?