Lutero es un niño bien parecido, educado, con sobresalientes en Matemáticas y Ciencias Naturales y muy poca imaginación para los idiomas, así que cuando en clase de latín le pide el maestro que decline algún verbo, se opone con todas sus fuerzas.
Pasan los años y Lutero, que ha alcanzado la edad de su maestro y está ya un poco calvo, sigue siendo bien parecido, aunque algo lustroso de cuello. Su mujer le trata con el mimo de una madre y no se siente solo.
Cuando se dispone a morir, Lutero, que sigue siendo educado, deja que el sacerdote le dé la extremaunción y las palabras en latín que pronuncia lo devuelven a su pupitre de entonces. Extrañado ante la perspectiva de su propia muerte, Lutero se permite unas últimas palabras, que desentonan un poquito con la trayectoria vital de un hombre de su condición: Purus putus sycofanta est (1).
(1) Es un puro y auténtico embustero.