Hoy ha sido un día agotador. He trabajado casi once horas seguidas, pero ha sido muy gratificante.
Me levanté a las cuatro y media de la madrugada. Alberto quería que nos amaneciera en el bosque, y había media hora de camino hasta la entrada del sendero Chachí (que es como se llaman los helechos arborescentes en guaraní, pronunciado /shashí/, no /chachi/). Hacía un frío asesino; la humedad se metía en el cuerpo y no había otra forma de espantarla que con un té muy caliente al lado del fuego de la cocina. Al final, entre unas cosas y otras, el amanecer nos pilló en el camino, pero aun así sirvió para aprovechar bien el día.
Un productor de documentales de un canal de Paraguay, el 13, estaba haciendo un reportaje sobre la zona y quería, además de grabar imágenes del Bosque Atlántico, contribuir a su conservación grabando algunos spots de promoción. Y había decidido que yo fuera su actriz.
Lejos de sentirme incómoda, disfruté como una enana. Desde pequeña yo siempre le había pedido a mis padres que me apuntaran a teatro, y ya de mayor he querido entrar en el grupo de teatro de la universidad, pero nunca he tenido tiempo. Ya en el Coro de la Orquesta de Extremadura (COEX) tuve la oportunidad de comprobar que eso de la farándula me fascina y de que soy capaz de subirme a un escenario sin ningún problema.
Comenzamos grabando mis pasos sobre el suelo de la selva: al señor le encantaron mis zajones y grabó bastantes tomas de ese tipo. Hicimos algunas de pisar sobre un tronco lleno de musgo, buscando pajaritos, hablando con Alberto o pasando entre la maleza. Tardamos como tres horas en hacer 600m, pues cada vez que había un pajarito cerca intentábamos atraerle haciendo playback con la grabadora de Alberto y rezábamos para que se acercara a un lugar abierto y soleado donde pudiera ser grabado.
Los árboles llenos de lianas también se llevaron un buen tiempo de grabación.
La temperatura subió de repente, y nos quitamos todas las prendas de abrigo. Los mbariuís nos brearon a pesar del repelente y tuvimos que volver a ponernos alguna manga; los mbariuís son unas pequeñas moscas mordedoras que causan ronchas que pican mucho y que no pasan ni con crema de corticoides. Yo me llevé apenas 5 picaduras, pero el reportero menos de 20 no tenía. Les gusta la piel de los codos, aunque iban a cualquier porción de piel visible.
Al final de la mañana habíamos visto varias aves: un jakutoro (que son bastante difíciles de ver), un bailarín, varios suruku’a pyta (rojos) y suruku’a sa’yju (amarillos), un arasarí fajado (un tucán pequeño de pico negro y barriga roja) y algunos arañeros coronados. Hacerles foto era otro asunto… El señor me dijo que yo pronunciaba muy bien el guaraní, que muchos extranjeros pronunciaban casi mejor que los nativos lo que aprendían. A mí me sigue costando mucho la “y”, que es similar a una /ü/ francesa, pero voy aprendiendo algunas expresiones y palabras.
Al final llegamos a donde crecían los helechos arborescentes. Eran increíbles. Los mbariuís nos rondaban; el suelo estaba encharcado. El aire apenas movía los pteridios de los helechos: de un momento a otro iba a aparecer un velocirraptor entre los troncos de los helechos, o incluso un tiranosaurio… Recordé el relato de Ray Bradbury titulado “El ruido de un trueno”, en el que Eckels, un hombre del futuro contrata con una empresa de safaris en el tiempo un viaje para matar un T-rex y terminaba cambiando el futuro por pisar una mariposa. Casi me sentí allí mismo, sobrecogida por los sonidos de la selva y el rumor del agua más abajo.
Disfruté con el paseo a pesar de los mordiscos de las moscas y el calor pegajoso que se levantaba rápidamente. Hasta que no salimos del bosque no bajó un poco la humedad. Pero me sentía tan pringosa, entre el sudor, la tierra, la pringue del repelente y las picaduras, que en cuanto llegué al hangar me di una buena ducha, antes de sacar mi botiquín y curarle las picaduras al desafortunado señor. Luego nos dirigimos al sendero suruku’a para grabar unas últimas tomas para el anuncio de televisión, en las que tenía que aparecer yo desde una capa de helechos y buscar pajaritos como buena bióloga. Tras esas últimas tomas, por fin, me liberó y pude ir a dormir tras 10 horas de trabajo de filmación.
Por la noche estuve pensando en que quizás sólo saldrían mis pies en el spot y en el documental, pero aun así me sentí contenta.
Al dia siguiente, encontré en mi buzón de gmail un correo suyo:
“estuvimos revisando los crudos y hemos quedado gratamente sorprendidos por tu actuación, “tienes talento de actriz”,dijeron todos. buena fortuna para vos”
Quien sabe, a lo mejor aún tengo un futuro como modelo o actriz en la industria televisiva paraguaya… como cierta bióloga española a la que no quiero ni oír mentar…