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Israel J. Espino

Extremadura Secreta

Las lascivas pruebas de los “encantos” extremeños

Ilustración: Borja González Hoyos/

Los “encantos” extremeños tienen la mala costumbre de  ponernos las cosas difíciles. Claro que, si fuera fácil desencantarlos, a estas alturas no quedaría ninguno, y nuestros campos, fuentes y dehesas quedarían huérfanos de magia y desiertos de chispa.

Muchas veces los encantos (debe ser por todos los siglos de soledad que llevan a cuestas) nos ponen… a prueba. Unas pruebas a veces terribles, a veces absurdas y en algunos casos con un claro contenido sexual, aunque la mayoría de las veces acaban en un rotundo fracaso, porque normalmente el humano, presa del terror, pone tierra por medio en el último momento, dejando al encanto compuesto y sin novio y con su encantamiento doblado, o condenado a esperar a otro valiente que nunca parece llegar.

Este es el caso de la bella agarena encantada que dio nombre para siempre al pastor Juan de la Mora. Cuenta Santiago Nieto que en el pueblo de Jola, de madrugada, dos cabreros que caminaban por la Cayanera Funda en busca del ganado descubrieron, a la entrada de una galería y recostada en una laja, a una hermosa joven de rasgos berberiscos que les ofreció pasas de higo de un tablero que resguarda a sus pies. Los cabreros aceptan de buen grado el aperitivo, y de amanecida uno de ellos nota que los higos se han vuelto pesados, duros y fríos. Cuando los saca, comprueba como los primeros rayos del sol arrancan destellos de las enormes pepitas de oro en las que se han convertido.

 El pobre Juan no cabe en sí de la decepción: él no tiene pepitas ni riqueza, ya que el hambre le había hecho comerse los higos. Pensando que todavía tiene tiempo de encontrar a la mora corre de vuelta en su busca, pero a la luz de la mañana ya no hay nadie: ni mora, ni higos, ni tablero, ni oro.

La bella mora ya no le ofrece higos, sino su “desencanto” (Fotografía: Jimber para Extremadura Secreta)

 Juan no desespera, y cada día repite el mismo camino de aquella noche con la esperanza de volver a encontrarla, hasta que una madrugada  la encuentra de nuevo. Pero ella no le ofrece más higos. A cambio, le propone romper su encantamiento, y  para ello debe superar tres pruebas.

Primero debe aguantar los envites de una pesada rueda de molino que pasará veloz a su lado sin tocarle, pero tan cercana que invitará a moverse para esquivarla.

La segunda prueba es dejar que el fuego lo rodee por completo sin sentir ningún temor.

La tercera, la más difícil, es dejarse lamer el cielo de la boca por una serpiente de siete cabezas, que no es sino la mora encantada transformada en sierpe.

 Juan completa con éxito las dos primeras pruebas, pero cuando la serpiente de siete cabezas intenta con la del centro lamerle con su bífida lengua el cielo de la boca, pega un manotazo a la bicha y sale huyendo despavorido mientras escucha a lo lejos los gritos de la mora:

 “¡Ah, ladrón, me has doblado el encanto!”

 A partir de esa noche, y cada cierto tiempo, en el lugar podía escucharse a Juan el de la Mora gritando:

 “¡Socorro, que la mora me lleva!”

 Y cuenta Nieto que era verdad. Que la mora se llevaba a Juan a los riscos más altos de las sierras, a tanta velocidad que parecía que volaba. Las gentes del lugar lo compadecían y le daban de comer. Para ello, debían decir “Jesús”, pero apenas si acertaban a concluir la palabra. Para poder detenerlo, en sus periplos nocturnos debían salirle al frente y ser lo suficientemente hábiles como para poder agarrarlo.

 A Juan se le veía llorar continuamente porque cada vez eran más frecuentes las noches en las que se lo llevaba la mora, hasta que una noche sin luna desapareció para siempre sin que se haya vuelto a saber nada más de él.

 Y todo por no dejarse meter la lengua.

 Pero la de Jola no es la única bella que pone pruebas. En  Valle de la Serena existía una hermosa mujer que habitaba en una cueva, en el manantial del “Buen Cristiano”, que se aparecía al atardecer a los pastores cuando llevan a sus rebaños a beber. Su gran belleza hacía fácil que se los llevase al huerto (o más bien a la cueva, ese gran útero primigenio), pero una vez en el interior la joven se transforma en una horripilante bruja con largos dientes que asesina a los incautos pastores.

 Se cuenta que muchas veces los demás pastores, mientras daban de beber a su ganado en el manantial, escuchan los gritos de los desgraciados asesinados en el interior de la cueva, por lo que suponemos que su belleza debe ser realmente imponente para que sigan “picando”. O tal vez sea la razón por la que cada vez quedan menos pastores en la zona.

 La culpa no es de la joven que, cómo no, lleva encantada desde la época de los moros, y el desencantamiento solo puede ser llevado a cabo por un galán soltero que llegue durante la noche y con la única intención de desencantarla, y que tiene que realizar tres llamadas desde una de las rocas.

 Cuentan en el pueblo que la última vez que se intentó fue un fiasco. “La Encantamenta apareció ante el predispuesto mozo con la apariencia de una deformada anciana que de repente se transformó en una lozana joven de gran belleza que pidió al joven que se lanzase tres veces consecutivas desde uno de los canchos hasta el suelo.

La altura sobrepasaba poco más de una vara, por lo que el mozo no le concedió la menor importancia y realizó los dos primeros lanzamientos sin mayores problemas. Pero al intentar lanzarse la tercera y última vez se presentó ante sus ojos un tremendo precipicio y, acobardado, desistió. Una vez abandonada la empresa comprobó que la temida sima era solo una alucinación, y que la altura era la misma que las otras dos ocasiones.

 Fracasada esta acción, la moza le da una segunda oportunidad. Consiste en aguantar sin huir, también tres veces seguidas, la embestida de un toro. Tampoco en las dos primeras veces hubo dificultad alguna, pero en la tercera embestida la bestia acosa con tal fuerza y peligrosidad que le hace huir. Comprueba luego que todo es efecto de su mente alucinada, y que el temible toro no es más que un minúsculo e inofensivo becerro.

 Aún le ofrece la paciente encantada una última oportunidad, y le muestra un segmento de hilo negro que debe ser ovillado antes de que salga el sol. Comienza el joven su tarea y el hilo parece no tener fin, ya que el ovillo alcanza el tamaño de una naranja y aún continúa  saliendo hilo. Sigue ovillando horas y horas, y ya el ovillo es del tamaño de una sandía y el hilo no termina. El sol está a punto de aparecer por encima de los tejados del pueblo, y el mozo abandona su trabajo y corta el hilo.

 Entonces “La Encantá” pierde toda su apariencia adolescente,  de nuevo se muestra como una vieja decrépita y fea que increpa al que pudo ser su definitivo amante con estas palabras:

 “¡Solo te quedaba media vara para terminar de ovillar y me quedas encantada para siempre!!!”

 En ese momento desapareció y nadie más desde entonces ha logrado verla.

Lugar de La Encantamenta en Valle de la Serena (Extremadura Secreta)

Para aquellos valientes que me lean y que piensen que ellos lo harían mejor, aquí va otro encanto que todavía está pendiente. Esta vez es macho, tan macho que cuenta Dominguez Moreno que se aparece en Ahigal en forma de toro negro. El Encanto de Mingolobitu es  un apuesto mozo que se pasa el año en remojo, metido en un pozo que se encuentra tapado en medio del prado, y solo sale la mañana de San Juan a pacer la hierba en forma de toro negro.

Para desencantarlo tiene que ir hasta allí una moza que suponemos valiente y casadera, con una pañuelo de seda, antes de salir el sol, y cuando el toro furioso arremeta contra ella tiene que quedarse tranquila y torera, y enarbolando el pañuelo… limpiarle la baba al toro.

Pero antes y, por si fuera poco, la joven debe enfrentarse a una enorme serpiente, a la que debe dormir haciéndola mamar de su pecho.

El apuesto joven continúa encantado y en el fondo de pozo, porque a día de hoy ninguna moza del pueblo ha tenido redaños o ganas de madrugar. Y es que todas las jóvenes extremeñas saben que para ver morlacos a los que se les cae la baba delante de una buena moza solo hace falta acudir, a ciertas horas, a las fiestas patronales.

 

Leyendas y creencias de una tierra mágica

Sobre el autor

Periodista especializada en antropología. Entre dioses y monstruos www.lavueltaalmundoen80mitos.com www.extremadurasecreta.com


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