Un hombre camina sin prisa por la acera de una calle céntrica y se detiene a mirar un escaparate. El hombre, en el mismo acto de mirar ese escaparate, se percata de su reflejo, así que deja de interesarle el escaparate y se fija en su figura, en lo aparente que va, y eso que ha cogido lo primero que vio al abrir el armario. Aunque los calzoncillos le aprietan un poco y empiezan a sudarle las axilas bajo la camisa a medida, luce, eso piensa, como un modelo de anuncio. La mujer, escudada tras las lamas de las persianas, lo observa desde la seguridad del balcón. Al volverse, no le inquieta el reflejo que su figura dibuja en el espejo con efecto adelgazante. No estoy nada mal, piensa el hombre, encantado con el reflejo que de sí mismo percibe gracias a la incidencia de la luz solar, ligeramente atenuada por las partículas de polvo cósmico, escapes de coches y restos de sofrito y lentejas, sin olvidar la importancia de la conjunción de Saturno con Alpha Pi-287, asteroide que aún está por descubrir y que desde su misma imposibilidad de estar ahí, niega, entre otras cosas la existencia de Dios y las bondades del papel reciclado, un camelo en toda regla. Desconocedores los seres vivos que pueblan Alpha Pi-287 de que el ser supremo al que llaman Hombre-Cegado-Por-Su-Figura-Frente-A-Un-Escaparate existe, pues se está inscribiendo, de hecho, en lo real, en ese preciso instante y hasta hay una mujer que es testigo de ello mientras se atiborra de ponche y galletas saladas y escucha como una lolita vigoréxica uno dos venga uno dos esa pierna con vigor uno dos vamos venga venga ánimo un poco más así sí sí otra vez uno dos, y se lamenta en el plano psicológico de que en las fotografías de boda salga siempre con los ojos cerrados. A todas luces, la mirada de la mujer ha transformado a ese hombre en un triunfador, nada que ver con la foto del difunto que descansa en la papelera, ¿desde hace cuánto?, pero no en un dios y, ni mucho menos, en Dios mismo.
Tendrán que pasar millones de años, millón abajo, millón arriba para que el recuerdo (¿alguien se acuerda ya?) de la mirada de esa mujer que descansa sobre el hombre que se refleja y se gusta y que cree en otra vida pero no en otras, en su reencarnación sí, se vea interrumpido, el recuerdo, en el espacio-tiempo más elemental, por la agresiva publicidad alienígena que alaba los efectos beneficiosos para el ego de los espejos engordantes, pues esos tipillos tan canijos ya no se llevan en mundo alguno, recita una cabeza parlante, mientras los últimos habitantes de Alpha Pi-287 se disponen a perecer carbonizados en el interior de inmensas cubas pirolíticas.