Matías Klein murió a la edad de 57 años con la conciencia tranquila y una pierna atrapada en la cosechadora que conducía un desconocido agricultor cegato que lo arrastró muy lejos de donde estaba merendando. La merienda quedó esparcida en un radio de 8,69 metros y algunos pajaritos se acercaron a picotear el bocadillo de salchichón al que Matías Klein se disponía a hincarle el diente cuando se produjo el incidente fatal que acabó con su vida. El único testigo humano que observó la tragedia, sin contar con el agricultor cegato que no se enteró de nada y que siguió su camino, motor en marcha, arrastrando a Matías hasta que su cabeza golpeó con un canchal y se partió como un coco, ruido que percibió, no se sabe cómo, pues asegura su hermana que oído fino nunca tuvo, lo que le gustaba era el bar y la partidita, quedó tan impresionado por la tragedia que se ha ocultado en un monasterio capuchino a la espera del requerimiento final, su encuentro con la madre noche, con la guadaña que, saldadas las cuentas o no, sesgará su vida de una forma, si cabe, menos ridícula que la del señor Klein.