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Marcos Ripalda

De subir a la montaña me canso

Los cuentos invisibles

Mi tío Paco, que nunca fue un hombre de muchas palabras, desapareció literalmente aquella tarde en que se estaba tan bien al solecito.
A mi tío Paco se le podía encontrar todas las tardes escribiendo en el café. Lo hacía en una libretita donde anotaba frases, pensamientos, esbozos que luego convertía en cuentos o, incluso, los cuentos mismos, pues algunos eran mínimos. Supongo que escribió menos cuentos de los que le hubiera gustado. Mi preferido, que nunca vio la luz porque ninguna editorial se lo publicó —ni este cuento ni ninguno—, sigue siendo aquel que escribió después de que su mujer le regañase por haber pisado el suelo mojado que ella acababa de fregar.
Mi tío quería ser Saul Bellow, pero comprendió sin atisbo de amargura, que nunca lo conseguiría. Bellow era imposible; Carver, tal vez; Vila-Matas, a veces.
Recuerdo vivamente la impresión que me causó. En el relato había un jinete (un soldado, creo recordar) que se pierde en la nieve y descubre con asombro que no siente frío, pero el caballo sí, por lo que tiene que abandonarlo y caminar solo hasta descubrir, al final del cuento, cuando llega por fin a una casa que conoce bien —porque en el ático de aquella casa la besó por primera vez y por la ventana de una de las habitaciones de la parte de atrás tuvo que escapar cuando llegaron los otros y se la arrebataron para siempre—, que se le había helado el corazón. También me acuerdo de la historia de un niño que cierra los ojos, no sé a cuento de qué, y cuando los abre sus padres se han ido y a su lado hay una maleta y ninguna nota, y el niño coge la maleta y se va a a descubrir el mundo, y descubre que es adoptado y extraterrestre. Historias muy locas, descabelladas, algunas totalmente inverosímiles, y un largo etcétera de historias sensibles y para nada ñoñas.
Mi tío Paco escribía en su libretita, sentado en una cafetería a pocos metros de su casa porque en su casa no podía escribir. Siempre estorbaba. Y si no estorbaba, no estaba, es decir, no estaba estorbando, y, entonces, era incluso peor, así que se ahorraba la bronca, la discusión, aunque, en realidad, no se ahorraba nada, porque la bronca, la discusión siempre acababa llegando. Supongo que mi tío pensaba que mejor después que antes; después de escribir, se entiende, después de haber hecho los deberes que él mismo se imponía, un ejercicio que le mantenía ocupada la cabeza y lo instalaba en la certeza de que una única realidad contenía otras muchas.
Por no estorbar, estuviese o no estorbando, mi tío Paco decidió aquella tarde en que se estaba tan bien al solecito que se iba. No hubo ningún humo blanco como de mago, ni ninguna explosión pirotécnica, ni ningún otro truco, pero el caso es mi tío Paco desapareció. Su mujer dijo que no le iba a perdonar a su marido aquel desplante. Que cómo se le ocurría desaparecer así, ahora que estábamos tan bien. Y yo, mientras la mujer hablaba y hablaba y se despachaba a gusto, solo podía imaginar las pisadas invisibles de mi tí Paco alejándose, de puntillas y sin rencor, de aquella existencia inmerecida, dirigiéndose al café donde seguiría escribiendo relatos para él mismo y que nunca verían la luz, blanco sobre blanco, invisibles ambos, por fin.

Responsable de Diseño en el Diario Hoy de Extremadura desde 2012. Escritor de relatos breves donde aplico la máxima de la Escuela Postirónica: "Hablar de unas cosas para decir otras" . Soy consciente de mi ignorancia.

Sobre el autor

MARCOS RIPALDA es licenciado en Periodismo, diseñador gráfico y cuentista postirónico, término que él mismo acuñó con el beneplácito de su madre. Actualmente es el responsable de Diseño del diario HOY. CARMURA LENTEJA es ilustradora.


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