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Israel J. Espino

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Exorcistas extremeños del Siglo de Oro

El diablo ha campado a sus anchas en Extremadura desde que empezamos a creer en él. Y aunque podía haberse metido en el cuerpo de cualquier aristócrata, noble u obispazo, le tuvo querencia al pueblo llano y, no pocas veces se introdujo en los pobres cuerpos enjutos y hambrientos de labriegos y pastores y de piadosas mujeres.

Los síntomas de posesión eran, como ahora, unas veces más claros que otros, aunque una vez poseído el cuerpo, según el “Compendium Maleficarum”, publicado en 1608,

“si el demonio se encuentra en la garganta, se siente tan oprimido que parece estrangulado. Si se encuentra en las partes más nobles del cuerpo, como el corazón o los pulmones, produce jadeos, palpitaciones y síncopes. Si está cerca del estómago, produce hipo y vómitos, de modo que no puede tomar alimentos o no puede retenerlos. Y también hace que una especie de bolita pase por el ano, con rugidos y otros ruidos discordantes, y produce gases y calambres en el abdomen. A veces se les distingue por ciertos vapores de azufre u otros gases de olor penetrante”.

Afortunadamente, donde está el diablo no falta un exorcista, y ya el insigne Pedro Ciruelo comenta en su obra “Reprobaciones de las supersticiones y hechicerías” que durante el siglo XVI abundaban, entre otra fauna extraña, los sacadores de espíritus, exorcistas legos, que

«…con ciertos conjuros de palabras ignotas y otras ceremonias de yerbas y sahumerios de muy malos olores, fingen que hacen fuerza al diablo y lo compelen a salir, gastando mucho tiempo en demandas y respuestas con él, a modo de pleito o juicio».

Una de ellas fue la viuda Leonor Martín, alias “La Canita”, vecina de Valencia de Alcántara, donde era tomada por cristiana vieja y buena, lo que no fue impedimento para que la acusaran de conocer la oración de las palabras retornadas, un remedio que según ella le había enseñado el propio demonio, hablando por boca de un poseído. El mismo diablo, según recoge de los archivos el investigador Fermín Mayorga, le dio el remedio a sus malas artes, ya que le contó que pronunciando las palabras de esta oración, saldría el maligno del cuerpo de poseso.

Otro exorcistas sí estaban ordenados por la iglesia, como Juan Enríquez Guzmán, religioso de la Orden de Santiago y cura párroco de la iglesia de Santa María de Mérida, que por la misma época lanza demonios y al que se le atribuyen grandes virtudes sobrehumanas para los exorcismos.

Apenas un siglo más tarde, en el XVII, y según se puede leer en unos legajos manuscritos del teósofo extremeño Mario Roso de Luna, una jovencita de su pueblo, Logrosán, descubre otras poderosas palabras para expulsar al maligno de los cuerpos humanos. Esta joven (ahora injustamente olvidada), que ingresó monja con el nombre de Sor Mariana de Cristo, tenía el poder de ver a los demonios (que debían de ser pequeños, porque a veces los veía incluso mezclados con las gallinas del convento) y estos le habían descubierto unas “palabras mágicas” que hacían que los seres del infierno se convirtiesen en humo y desapareciesen. Pero el gran Enemigo, que evidentemente no estaba muy contento con el desliz de su tropa, había logrado con sus malas e ignotas artes que la monja las olvidase.

Ni las monjas se libraban del maldito demonio...

Exhortada por su confesor a que las rememorase costase lo que costase, Sor Mariana entró en trance y recordó una por una las palabras para defenderse del poder de las tinieblas del infierno, y triunfante, se las transmitió a su confesor:

–       ¡El divino e increado entendimiento que os crió, os confunda!

El mismo confesor, que es el que nos cuenta los milagros y virtudes de la monja de Logrosán (que terminó siendo priora), aseguraba en sus escritos que tras conocer estas palabras, las había utilizado a menudo y con mucho éxito contra el demonio.

Aunque fue la propia Mariana la que, aprovechando su facultad para ver demonios los exorcizaba, aunque a veces fuese necesario engañar al poseído, como tuvo que hacer una señora del pueblo llamada María, a la que veía asistir a la iglesia “con una gran multitud de enemigos” .

Con engaños, y gracias a la complicidad de una criada, consiguió que entrase en la portería del convento, cerrando la puerta tras ella y diciéndole a la mujer que se acercase.  La tal María, en lugar de acercarse a la monja, empezó a retroceder intentando escapar, y dando un gran grito dijo:

  – ¡Yo no tengo al diablo!

Pero mientras la criada se lanzó a sujetar a la dama, la monja le puso la mano sobre la cabeza, y en ese momento la señora comenzó a contorsionarse y a dar muchísimos gritos, mientras la monja exorcista les hablaba a los demonios y les decía:

–       ¡Eso es lo que quería, que os descubráis y os manifestéis para que os conjuren y se remedie esta alma de tan mala compañía!

 

Con estas escenas en directo, les aseguro que a nuestros antepasados no les hacían ninguna falta las novelas de terror ni las películas de miedo. Y lo peor es que con el paso de los siglos, la cosa no mejoró, se lo aseguró. Pero de posesiones más recientes hablaremos en otra ocasión… Si el Diablo quiere.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Leyendas y creencias de una tierra mágica

Sobre el autor

Periodista especializada en antropología. Entre dioses y monstruos www.lavueltaalmundoen80mitos.com www.extremadurasecreta.com


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