En memoria de Momo (2000-2014), descanse en paz
Océano. Sí, moja. Así lo describió cuando supo que su nombre era el mismo. Océano tenía dos años. Nació en la madrugada del 11 de enero de 2009.
Primero un pie y después el otro. Así, muy bien, despacito, no tenemos ninguna prisa. Sofía tuvo que aprender esto. Y otras muchas cosas más. Porque Océano no fue parte de ella hasta mucho años después, cuando el recuerdo imborrable de Océano le advirtió de su error. Entonces, Sofía pudo atreverse a mirar detenidamente ese recuerdo que era también una mirada y un espejo.
Océano me golpea con sus dedos minúsculos. Me toca la nariz, los párpados, la barba descuidada, atrapa mi índice, se revuelca inquieta en su cunita.
Hace poco descubrió a Tor, nuestro viejo mastín. Tor nunca se acerca demasiado a ella. Sus grandes ojos se posan cansados sobre el edredón de la cuna y allí se queda tumbado toda la tarde, en mitad del pasillo, como un centinela adormecido.
Yo deseo llevarme a Océano a la playa para mostrarle el mar. Sofía me dice que Océano estará mejor en casa. Por esta vez le hago caso. Océano debe tomar su biberón, así que después del baño pasearemos por el jardín. Invento palabras divertidas y la observo en mis brazos. Me asombro de que sea tan pequeña. Las mejillas irreales de mi hija son dos círculos de cartulina.
Océano se ha levantado temprano hoy, así que no voy a dormir más. Levanto la cabeza de la almohada, le toco un pie, le pregunto dónde está mamá y comprendo, al ver la puerta cerrada del baño, que Sofía sigue escuchando su corazón frente al espejo, un corazón que, probablemente, ha dejado de latir para Océano. Puede que no hayas visto el mar aún, le digo, el mar, tal y como lo recuerdo, sin la ayuda de las fotografías.
Me despierto y el corazón me alcanza los zapatos, me estira los cordones, se lustra con mi sonrisa. Porque tiene ahora un alma divertida. Perfumes con rostros de niño caminan hacia el sol inmenso y negro de hojalata. La abrazo y le digo que nada va a estropear esto que tenemos. Sofía no podrá tener más hijos. Océano la secó por dentro.
Océano juega con unas piezas de madera. Los colores la distraen. Esta redonda de color rojo aquí, en este hueco. No, la naranja es un poco más pequeña. Muy bien. Aprendemos juntos. Sofía nos advierte que estamos perdiendo el tiempo. Puede que así sea. No nos importa lo más mínimo, ¿verdad? Océano contesta con sus ojos-confianza mientras Sofía se desviste.
Cortinas de denso humo negro se deslizan como hurones en la niebla de estos días. Sin embargo, nunca fuimos tan felices Océano y yo. Te lo dije entonces y te lo digo ahora. No te oí entrar. No te oí. Nunca he visto a una mujer adentrarse de esa forma en su propio dolor. Un dolor donde la muerte es el principio de otra vida. Sé que un corazón limpio y grande te guarda, aunque eso no basta. Simplemente no basta.
Tras una pesadilla de somníferos, Sofía lo supo. Una hija, mi hija, me dijo, necesita una madre, aunque esa madre sea este montón de nervios y escombros. Entonces la abracé aunque no sentí deseos de hacerlo.
Su primera palabra: moja. Parece como si fuera a romperse, ¿verdad? Pero lo curioso es que no lo hace. Me refiero a que no se rompe. Océano se agarra la tripita, camina con los brazos estirados; huele los lapiceros; dice que no que no con la cabecita cuando la aviso para comer; salta divertida sobre los cojines; muerde una esquina del sofá; escarba en la tierra con los dedos; trata de abrir un tarro de mermelada sin éxito; encuentra un juguete extraviado en el éxtasis del juego; comenta con alguien que ni Sofía ni yo vemos una situación embarazosa y ríe, sobre todo ríe… Esta niña se ríe demasiado, cierto.
Cuando el 3 de agosto el doctor nos dijo que Océano moriría en Navidad, Sofía no quiso volver a casa esa noche, así que la llevé a tomar una copa. No teníamos mucho dinero, así que dejé a Sofía sentada en aquel lugar mientras yo me acercaba al cajero. Sofía, por supuesto, no estaba allí cuando volví. Ya lo había hecho otras veces. Huir era su forma de decirle al mundo desintégrate porque no me gustas.
Océano murió un 14 de diciembre de 2013 y Sofía lo hizo apenas un año después. Los médicos dijeron que su corazón se había debilitado mucho desde entonces. Sin embargo, yo había pensado, incluso entonces, que su nuevo corazón, limpio y grande, soportaría el dolor. Obviamente estaba equivocado.