Puede que el lector, después de haber leído uno de nuestros muchos artículos, se vea tentado a emprender la búsqueda de algún tesoro legendario por nuestras tierras, o quizás haya localizado la ubicación de alguno de ellos y haya decidido probar suerte. Debe, sin embargo, tener en cuenta el buscador de tesoros que no es tan fácil hacerse con uno, pues al margen de los que se encuentran protegidos por encantos, moros, duendes o serpientes dragoniles, existen causas mucho más terrenales por las que algunos tesoros se han buscado con ahínco y no se han encontrado jamás.
Una de estas razones terrenales es la actual ausencia de aquellas señales que los ocultadores de tesoros dejaron para localizarlas, señales que han sido borradas por el paso del tiempo, ocultas entre la maleza o cubiertas por el musgo. Las fuentes se secan, los pequeños seísmos mueven las piedras y la mano del hombre las modifica, bien construyendo sobre ellas o bien porque, al buscar el tesoro y no hacerlo bien, no lo encontraron, pero destruyeron o inutilizaron las señales que llevaban hasta ellos.
También hay que recordar que hay fuentes, valles, canchos, cuevas, arroyos, castillos y hasta sierras con el mismo nombre en diferentes zonas de Extremadura, y hasta a veces en una misma zona, por lo que es fácil buscar donde no es.
Otra dificultad añadida es que esas mismas fuentes, valles, peñascos, arroyos, castillo y sierras han cambiado con el tiempo sus primitivos nombres. Esto sucede sobre todo en castillos, de los que algunos ya no quedan ni restos y suele haber incluso confusión acerca de su verdadero nombre, como con el castillo de Monfragoso, del que ya hablamos en alguna ocasión.
Lo que es indudable es que nadie se arriesga a buscar un tesoro son poseer al menos alguna página de los legendarios Libros de Tesoros de los que ya hablamos y tantos conocemos, esos grimorios o ciprianillos que indican (a veces con pelos y señales), donde hay que cavar, escarbar, excavar o escalar para encontrar las riquezas.
El siglo XIX es especialmente rico en la búsqueda de tesoros, y se escriben no pocas obras relativas a su localización, llegándose a pagar fuertes sumas de dinero por su adquisición o por simple lectura.
El escritor extremeño Elías Diéguez Luengo afirmaba en la década de 1990 que poseía, entre otros, un estupendo ejemplar encuadernado con 396 páginas de papel amarillento, manuscritas. El título, nada sencillito, es el de “Libros de tesoros antiguos enterrados, copiados, comentados y arreglados y añadidos con noticias y notas por D. Vicente Maestre y Calbo, vecino de Coria. Año de 1860, con noticias de algunas ruinas de grandes poblaciones romanas en la provincia de Extremadura”. Este libro tiene el mérito de ser recopilación de los libros de tesoros escritos por Jacinto Pascual Pérez, de Valverde del Fresno; D. Serafín Palomar, D. Pedro Alarcón, Pascual de Juan, Antonio Córdoba, Rafael Frades de Hoyos; Tía Juana, de Alcántara,; y Agustín Piñero. Finaliza este libro manuscrito con detallados índices de pueblos , valles, ríos, sierras, castillos, fuentes, peñas y grabados en las piedras. Según esta curiosísima obra, 714 tesoros hay en Extremadura y en la parte vecina de Portugal.
En el prologo del libro Maestre reconoce que “profunda risa excitará en algunos la lectura del título de este libro y creerán que me he vuelto loco y creerán apócrifos, obra de algún chusco o mal intencionado y de ningún valor, los libros de que me voy a ocupar y que por consiguiente es una verdadera locura dedicarse (…) a su búsqueda o exploración. Otros por no arrastrar el ridículo, no son exploradores. Yo era de la opinión de considerar apócrifos tales libros, pero una porción de circunstancias y noticias me han convencido (…) de lo contrario, y que esos libros contienen un gran fondo de verdad, si bien desfigurado y exagerado por error de los copistas y hasta con mala intención , que han sacado muchos tesoros de los que ellos contienen, y por esto y por la acción del tiempo y la mano del hombre han hecho desaparecer gran parte de los signos exteriores, es difícil su búsqueda y expuesta su exploración a ser estéril, pero (…) dista mucho de ser una locura (…)”.
De hecho, Don Vicente, como otros eruditos, no empleo solo la pluma para escribir sobre tesoros, sino también el pico para encontrarlos. Pero su suerte o su desgracia la contaremos otro día, que hoy ya hemos manejado bastante el teclado y es hora de coger la pala. La gloria o el polvo nos esperan.